HISTORIA DEL MEDICAMENTO

 

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Lunes Diciembre 04, 2023

Autor: Dr.Carlos Hernández Lahoz

 

El bacteriólogo belga Van Ermenger, estudiando una epidemia de botulismo, en 1895, aisló el germen causal, de un jamón infectado. Desde mucho tiempo atrás se conocía el botulismo como una toxemia alimentaria relacionada con el consumo de salchichas (botulus, en latín). Descubrió que se trataba de un bacilo anaerobio, productor de una potente exotoxina, que inyectada en gatos provocaba una enfermedad paralítica. En la clasificación bacteriológica recibió el nombre de Clostridium botulinum.

                El microorganismo sobrevive en suelos y sedimentos marinos mediante la formación de esporas, resistentes al calor hasta 120º C. El desarrollo del Clostridium botulinum requiere condiciones favorables de nutrición y atmósferas pobres en oxígeno. Durante su crecimiento libera una toxina que bloquea la acetilcolina en los axones terminales de las neuronas colinérgicas. Es una neurotoxina que ejerce su acción paralizante a nivel de la placa neuromuscular. Por otra parte es el mayor veneno conocido, diez veces más potente que la toxina tetánica. Afortunadamente la toxina botulínica es una proteína termolábil que se destruye aplicando un hervor durante diez minutos. Se han descrito ocho tipos de toxinas, inmunológicamente diferentes, siendo A y B las más comunes encontradas en la contaminación a partir de suelos. Las conservas de carnes, pescados y vegetales, enlatados al vacío, se hicieron muy populares en el siglo XX. La higiene pública tuvo que dar normas de preparación de las conservas para prevenir las intoxicaciones alimentarias.

            La toxina botulínica generalmente ingresa en el organismo a través de un alimento contaminado que se consume sin cocinar. Es frecuente que se vean varios casos de botulismo a la vez. La toxina bloquea las sinapsis periféricas, pero no atraviesa la barrera hematoencefálica por lo que no interfiere la neurotransmisión colinérgica cerebral. La enfermedad no altera la conciencia. El cuadro clínico se caracteriza por extensas parálisis, cuyo grado depende de la cantidad de toxina ingerida. Los pacientes presentan un aspecto característico: párpados caídos, mirada inmóvil y pupilas dilatadas (oftalmoplejía extrínseca e intrínseca), junto a parálisis de otros músculos craneales (facies inexpresiva, disfagia y disfonía). La parálisis se extiende a las extremidades (tetraplejía) y cuando afecta a la musculatura respiratoria provoca el mayor número de muertes.

            Hay también un importante trastorno autonómico debido al bloqueo de la neurotransmisión colinérgica en glándulas salivares, dando sequedad de boca. También se paraliza la fibra muscular lisa de varios órganos: pupila, intestino y vejiga, con el resultado respectivo de midriasis, estreñimiento y retención urinaria.

            La botulinoterapia

            La toxina fue estudiada en laboratorios secretos como potencial arma bacteriológica durante la segunda guerra mundial. El trabajo conjunto de dos investigadores americanos, el oftalmólogo, Alan B. Scott y el bioquímico y toxicólogo, Edward J. Schantz, en los años 70 del pasado siglo, incorporó el producto biológico al arsenal terapéutico. El primero buscaba un procedimiento alternativo a la cirugía del estrabismo. El segundo purificó la toxina botulínica hasta permitir su aplicación intramuscular, debilitando la acción de un músculo sin afectar al resto.

            Los neurólogos americanos se dieron pronto cuenta del formidable avance que suponía la botulinoterapia para tratar las distonías. Se trata de unos trastornos del movimiento debidos a la excesiva y simultánea contracción de músculos agonistas y antagonistas, que generan en quienes los padecen dolor, incapacidad funcional y posturas anormales. El mayor beneficio se obtiene en las distonías focales, donde una cantidad limitada de toxina puede aliviar la contractura localizada en unos pocos músculos. La FDA americana (US Food and Drug Administration) aprobó el uso de la toxina de tipo A (Botox®), en 1989, para estrabismos por hipertonía de un músculo ocular, blefaroespasmos del orbicular de los párpados con cierre forzado de los ojos y tortícolis espasmódico. A partir de entonces se globalizó su utilización y en seguida aparecieron otras toxinas comercializadas por laboratorios europeos.

            La botulinoterapia amplió sus indicaciones: la espasticidad, trastorno que acompaña a algunas parálisis cerebrales y espinales, para reducir los espasmos musculares, prevenir las deformidades esqueléticas y facilitar la rehabilitación de la marcha. Las contracturas de pequeños músculos de la laringe que alteran la voz (disfonía). La relajación de algunos esfínteres hipertónicos. La aplicación cosmética sobre las arrugas de la cara. Y en el campo de las glándulas sudoríparas, el tratamiento de la hiperhidrosis de las manos. En contrapartida al beneficio de la botulinoterapia está la limitación temporal de sus efectos. Por ello se requiere la repetición de las inyecciones de toxina botulínica, generalmente cada 3 meses, para mantener los resultados terapéuticos.

            La FDA ha aceptado recientemente el uso profiláctico de la toxina botulínica en el dolor de cabeza de la migraña crónica. Se trata de una exasperante condición que afecta al 2% de la población, la cual sufre cefaleas al menos 15 días al mes, muchos de los días con ataques intensos de migraña. Se suele reservar la botulinoterapia en la migraña crónica para los pacientes en los que fracasa la profilaxis con fármacos por vía oral. Las infiltraciones se aplican en puntos múltiples de músculos frontales, occipitales y cuero cabelludo, obteniéndose muchas veces un resultado satisfactorio. El mecanismo de acción de la toxina, en estos casos, todavía se está investigando, ya que no se debe a su acción paralizante. Fue la indicación cosmética sobre las arrugas de la cara la que abrió la pista. Se vio que al infiltrar los pequeños musculitos faciales, que los gestos han hipertrofiado y destacan al perder elasticidad la piel, la migraña crónica de las personas que la padecían, mejoraba con las inyecciones periódicas. Y esa observación empírica dio paso a rigurosos ensayos clínicos que mostraron una evidencia favorable del más alto nivel.

Felix Castañon
Brillante exposición, Doctor Lahoz

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