Autor: Dr. Carlos Hernández-Lahoz
Neurólogo
Clínica de Neurología
c/ Arzobispo Guisasola, 42. 33008 Oviedo. Teléfono 985213094
El libro de Casal
La “Historia Natural y Médica del Principado de Asturias” fue publicada en Madrid (1762), casi cuatro años después de la muerte de su autor, el Dr. Gaspar Casal, merced al empeño de su amigo, el Dr. Juan José García Sevillano, como él, médico de la familia real española y académico de la Real Academia Matritense. El libro es un clásico de la epidemiología mundial y una referencia histórica en la literatura médica. Fue escrito durante el tiempo que el autor ejerció como médico en Oviedo, la capital del Principado de Asturias, que abarcó un período de 34 años. Consta de seis textos, escritos de diferentes épocas. Los cuatro primeros son los de mayor interés.
El primero es un estudio ecoambiental de Asturias y la epidemiología de la región. El autor deja repetida constancia de “la perenne humedad... y las continuas lluvias y nieblas de la región, en todas las estaciones del año”. Asimismo reseña las enfermedades endémicas más comunes en el Principado: la sarna, “el mal de la rosa” (a la que en el cuarto capítulo dará mayor extensión), lombrices intestinales, cálculos renales (en ocasiones relacionados con la gota), catarros con “destilaciones”, fiebres, úlceras de las piernas, caquexias, tumores de glándulas “en el pescuezo”, bocios (sobre todo en los concejos del interior), “pasiones histéricas” y “epilepsias o alferecías”.
En el segundo texto introduce una relación de 30 pacientes (20 hombres y 10 mujeres) atendidos por sufrir apoplejías, en la ciudad de Oviedo o pueblos de su jurisdicción. Escribe sus nombres y apellidos y muchas veces la profesión, cargo o título del enfermo. Del catálogo se desprende la edad madura y la importancia social de casi todos ellos. A partir del episodio inicial (que en sus propias palabras refiere como “accidente”), siguió todo el tiempo la evolución de los pacientes y así refiere que 7 fallecieron en los primeros días o semanas y los 23 restantes sobrevivieron con una hemiplejia, “unos más y otros menos años; pero no todos de una misma manera, porque unos consiguieron tanto alivio que pudieron andar y pasearse con poca lesión del lado paralítico; (mientras que) otros tardaron más; y otros quedaron siempre algo defectuosos en la articulación de las palabras”. Y continua después: “En ninguno de los 30 apoplécticos referidos (hubo)... calentura saludable,... antes, muy lejos de ello,... murieron todos los que vi con fiebre, durante el accidente o pocos días después de su acometimiento.”
En contra de lo que señalaba hasta entonces la tradición hipocrática, Casal se adelantó en su observación a la evidencia actual que considera a la hipertermia como un marcador pronóstico desfavorable en el ictus agudo. La fiebre, sabemos hoy, aumenta el estrés metabólico del tejido cerebral en penumbra isquémica y favorece la extensión del infarto. En todas las unidades de ictus es mandatorio bajar la fiebre los pacientes, aunque sea de pocas décimas. Otro aspecto a señalar en la obra de Casal es la diferente incidencia de enfermedades comunes, según el estatus social de los enfermos. Las apoplejías afectaban a personas de mejor posición económica y social, probablemente porque llegaban a edades de supervivencia más altas, respecto a enfermedades también comunes, en aquella época, como “el mal de la rosa”, pero que incidían casi exclusivamente en personas pobres del medio rural, de edades más jóvenes y peor alimentadas que las de la ciudad.
El tercer escrito incluye una descripción magistral de la epidemia de tos ferina que aconteció a los niños asturianos en el año 1724. Describe la tos quintosa como “tan excesiva, furiosa, durable y pertinaz, que sin remitir un momento ni dar una mínima tregua a los angustiados pacientes,... los derribaba en tierra o los postraba, cubiertos de sudor, mudado el rostro en cárdeno y vueltos los ojos como en las alferecías”. La meticulosa descripción de la tos incluye aquí el síncope tusígeno.
El cuarto texto, a diferencia de los anteriores, está escrito en latín, que era todavía en el siglo XVIII la lingua franca de la ciencia. El apartado más importante y que ha dado mayor gloria a Casal es el que trata “De affectione que vulgo in hac Regione mal de la Rosa nuncupatur” (“De la enfermedad que en esta Región se llama vulgarmente mal de la rosa”), punto de partida del estudio clínico de las enfermedades carenciales. Observa el autor: “De todas las enfermedades endémicas de este país, no hay otra más horrible y contumaz, (por lo que) juzgué conveniente escribir su historia. Aunque los síntomas... son variados y crueles,... sólo a uno de ellos se refiere aquel nombre vulgar y ese consiste en una costra espantosa que si recién salida no produce en la parte afectada más que rojez y aspereza, acaba por degenerar en una costra extremadamente seca, escabrosa, negruzca, cortada por muchas y profundas fisuras que, penetrando en la carne viva, producen dolor agudo, quemazón y malestar. Para que esta costra maligna pueda llamarse mal de la rosa es condición necesaria que se halle adherida... al metacarpo o metatarso de las manos o de los pies... Otro signo visible en esta clase de enfermos consiste en una aspereza costrosa, de color ceniciento oscuro,... en la parte anterior e inferior del cuello, a manera de collar que se extiende desde un lado al otro de la cerviz sobre las clavículas del pecho y el manubrio del hueso esternón”. “Estas costras se originan casi siempre hacia el equinoccio de primavera... Suelen desprenderse durante el verano, tal vez a causa de la humedad y el sudor y entonces queda la parte afectada perfectamente limpia de toda postilla o costra, pero en el lugar que ellas ocupaban queda una señal roja, perfectamente lisa y resplandeciente, semejante a las cicatrices que, después de curadas, suelen dejar las quemaduras... Al llegar la primavera, la anual costra reaparece como las golondrinas”. Desde 1735, Casal introduce “el relato de los propios enfermos”, que eran labradores pobres de aldeas cercanas a Oviedo. Sólo cita por su nombre a tres, aunque amplía la referencia a otros hombres y mujeres, a veces esposos, padeciendo el mismo mal. Sus edades estaban comprendidas entre los 23 y 40 años. A la clínica cardinal dermatológica se añaden otras quejas; las orales son las más constantes: “Doloroso ardor de la lengua y de toda la boca y de las fauces,... extremada sequedad del interior de la boca,... (que se llena) de vejiguillas y aftas,... (y pone los) labios hinchados, pustulosos y ásperos”. Entre los síntomas generales destacan: “Gran debilidad, cansancio de todo el cuerpo,... y poco apetito”. La clínica neurológica y neuropsiquiátrica, ambas floridas, empiezan por un temblor cefálico: “Constante vacilación de la cabeza...como una caña azotada por un viento irregular...”. Le sigue la neuropatía sensitiva y motora: “Pérdida de tacto,... calor de fuego especialmente por la noche,...piernas débiles, pesadas y laxas”. En palabras de un enfermo: “No percibo las cosas que toco con las manos, aunque sean duras y ásperas, ni hallo con los pies la tierra que piso”. Y señala otro: “No soy capaz de mantenerme en pie”. En fase más avanzada, sobreviene la encefalopatía: “Tristeza, delirios melancólicos, sueños agitados y demencia... (que lleva a los enfermos a cometer) una serie de desatinos, abandonan sus casas, vagan por los montes y lugares solitarios y, alguna vez ha ocurrido, mueren en su desesperación.” (Se refiere probablemente al suicidio).
Como muchos años más tarde señalarán igualmente otros autores, la encefalopatía pelagrosa se caracteriza, sobre todo al principio, más por las alteraciones conductales que por las propiamente cognitivas, lo que ha llevado a hablar de psicosis pelagrosa.
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Vida de Casal e influencias en su obra
Gaspar Casal nace en Gerona (1680). Su padre es un oficial del ejército que procede de Pavía (Italia) y su madre es originaria de Utrilla. Pasa su infancia y juventud repartida en varias localidades próximas a la tierra de su madre. En Atienza se forma junto al boticario Juan Manuel Rodríguez de Luna, que había estado en Roma al servicio del Papa Inocencio XI. Recordará después a su maestro como “el más excelente naturalista, botánico y químico de cuantos conocí en mi vida”. En Sigüenza recibe el grado de bachiller (1713) y se supone que poco después se gradua en medicina por la misma Universidad, igual que lo hará un hijo suyo, muchos años más tarde. Reside unos años en Madrid de donde se traslada, casado y con familia, a Oviedo con la ayuda del Duque del Parque (1717). Se establece como médico en la capital del Principado y permanece allí hasta 1751. Durante ese tiempo queda viudo y contrae un segundo matrimonio. Es nombrado médico del Ayuntamiento de Oviedo (1720), cargo al que renuncia para serlo del Cabildo de la Catedral (1729). Constan varios viajes suyos por Asturias y Galicia. El prestigio profesional que adquiere llega a la corte.
De las amistades que Casal cultiva en la ciudad, la más importante es la del benedictino Benito Jerónimo Feijóo y Montenegro, que ocupa la cátedra de teología en la Universidad de Oviedo. De origen gallego y 4 años mayor que el médico, el Padre Maestro es el más destacado exponente del racionalismo ilustrado en la España del siglo XVIII. Sus dos principales obras, Teatro crítico universal (9 vols, 1726-40) y Cartas eruditas y curiosas (5 vols, 1742-60), tienen amplia difusión dentro y fuera de España. En su famosa celda del Monasterio de San Vicente, organiza tertulias animadas con chocolate (al que al parecer era adicto) donde se discuten las nuevas ideas ilustradas. El benedictino es un lector insaciable y está al día del pensamiento europeo, a través de las muchas publicaciones y libros que recibe. Es un hombre dotado de comunicación agradable, buen humor y generosa actitud y presencia. Su biblioteca está siempre abierta a quienes se lo piden. Allí acuden cuantas personalidades relacionadas con la ciencia visitan o viven en la ciudad. Por medio de Feijóo, conoce Casal al Padre Sarmiento, también benedictino y gran aficionado al estudio de las ciencias naturales, que utiliza el primer microscopio que entra en España, procedente de Holanda, regalo del Padre Maestro. Otro protegido de Feijóo, cuya destreza elogia Casal en su obra, es el cirujano francés Juan d´Elgart, establecido en Oviedo después de haber sido cirujano militar y al que el su protector ayuda en la traducción, del francés al latín, de su curriculum. Era de los cirujanos que sabían amputar, previa ligadura vascular, un miembro gangrenado a consecuencia de una herida de guerra, salvando la vida del herido, en lugar del viejo método de la cauterización, que ocasionaba gran mortandad.
El Padre Feijóo es un hombre alto y de aspecto distinguido; culto y acogedor, amigo de sus amigos, que combate con decisión las creencias de carácter supersticioso de la población. “Aborrezco todo engaño, de modo que en mí el ser sincero más es temperamento que virtud”. Defiende con energía que España necesita progresar en las ciencias experimentales, como lo hacen otros países europeos. En cuanto a la medicina de su tiempo, conoce el alto nivel de la cirugía en Francia y alaba la decisión real de establecer una escuela quirúrgica al servicio de la Armada, en Cádiz, bajo la dirección de Pedro Virgili (1748). Aboga asimismo por la enseñanza práctica de los médicos, tanto en el hospital, al lado de los pacientes, como en la sala de disecciones anatómicas, a la vez que critica el empleo injustificado de remedios farmacéuticos inútiles o prácticas terapéuticas perjudiciales como la sangría, la purga y la restricción de agua.
Casal participa de aquella atmósfera intelectual y aporta como contertulio sus observaciones médicas, entre las que destacan las referidas a “el mal de la rosa”. Feijóo le estima como amigo y le considera un doctor experimentado y prudente. El fraile, en uno de sus escritos, confirma la existencia de pacientes afectos del mismo mal que con tanto interés estudia Casal, en su Galicia natal, según descubre en uno de sus viajes. El Padre Maestro recibe regularmente libros de Francia, cuyo contenido comenta con Casal, y así referencia el pasaje de un libro que interesa a ambos: “Habíamos, pocos días antes, leído en cierto tomito francés moderno una disputa nueva...” sobre si la tenia que parasita el intestino humano era un solo organismo o estaba formado por una cadena de varios. Los comentarios de Feijóo reflejan la diferente personalidad de ambos. Casal se compromete menos en sus afirmaciones que el erudito benedictino, quien destaca en el médico cualidades diversas, como trato afable, habilidad para sortear los conflictos, dedicación a su tarea, capacidad de observación y reconocimiento de hechos no previamente señalados, así como interés por exponer su experiencia de forma escrita.
Casal tuvo algún problema con la Inquisición, a tenor de hechos pasados que afectaban a su primera esposa e hijos mayores y que sorteó como mejor pudo, dando largas a los inquisidores, pero haciendo caso omiso de las recomendaciones del Tribunal. No se ha aclarado cuál fue la causa, pero se supone que debió estar relacionada con alguna práctica judaizante que se achacó a dichos miembros de su familia. Lo más probable que le protegiera la sombra y el favor del respetado benedictino.
Casal vuelve a Madrid en 1751, llamado para asistir a la Reina Doña Bárbara de Braganza. Se sospecha que en el nombramiento como médico de cámara del Rey Fernando VI ha influido el Padre Feijóo, a quien reverencian tanto el monarca como su poderoso ministro el Marqués de la Ensenada. El benedictino, cuyos escritos suscitan una gran polémica, es consejero de Castilla y el propio Rey ha prohibido por real decreto (1750) que se le ataque. Casal entra a formar parte del Protomedicato de Castilla (1752), al mismo tiempo que Andrés Piquer, otro importante médico de la época. Allí permanece hasta su muerte (1759), a la edad de 80 años, en la calle del Olmo. Viudo de dos matrimonios, en su testamento ante el escribano de su majestad y en presencia de varios testamentarios, médicos asimismo de la casa real, declara herederos a sus hijos, tanto a los habidos con su primera mujer, Doña María Ruiz, como con la segunda, Doña María Rodríguez Fernández-Arango. Se enterró en la Iglesia de San Sebastián, según consta en el libro 28 de difuntos, folio 341.
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El racionalismo observador de Casal
Casal pertenece a la época racionalista que basa el conocimiento de las enfermedades en la observación de la naturaleza y los enfermos, en lugar de guiarse por la autoridad de los escritos anteriores. Es la etapa previa a la medicina empírica que basa el conocimiento en la experimentación y la evidencia. La suma de varias circunstancias contribuye a que la obra de Casal haya alcanzado tan alta relevancia universal:
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Su pasión por la observación.
Casal es un médico competente en el conocimiento de las enfermedades comunes de su tiempo y vive dedicado a la medicina, pero sobre todo le guía y caracteriza su pasión por la observación. Todas esas cualidades propician que lleve a cabo una descripción minuciosa y exhaustiva de los males que observa, junto a su afición a leer y escribir, sin prisa, que le hacen reconocer entre lo observado aquello que tiene el valor de la originalidad.
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La amistad del Padre Feijóo.
El talante prudente y trato amable de Casal, unido a sus conocimientos, le granjea la estima de uno de los personajes más importantes de la España de su tiempo, con el que coincide en Oviedo y con el que comparte tertulias durante su larga etapa profesional en la ciudad. El Padre Maestro es la figura señera del ensayo y la erudición en la España del siglo XVIII. El benedictino es un clérigo respetado en Oviedo, pero además cuenta en Madrid con el favor del rey Fernando VI y su poderoso ministro, el Marqués de la Ensenada. La recomendación de Feijóo influye en la promoción de Casal, ya en su etapa final, al cargo más alto al que podía aspirar, el de médico de la real cámara. En la celda del Padre Feijóo, en el Monasterio de San Vicente de la capital del Principado, Casal encuentra la atmósfera ideal para comentar sus observaciones y encontrar interés por ellas. Es un lugar privilegiado donde puede consultar las obras naturalistas más recientes y darse cuenta de que lo que está viendo como “el mal de la rosa” es algo nuevo y no descrito anteriormente. El benedictino recibe asiduamente de Francia todas las novedades que salen de la imprenta en forma de revistas y libros, cuando esa nación ocupa el primer puesto de la cultura en el mundo. España y Francia viven aquellos años un momento histórico de buena relación y cooperación, ya que ambos reinos están regidos por la misma dinastía borbónica.
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La difusión y publicación de su obra.
Poca trascendencia hubiera alcanzado el descubrimiento de Casal de no haberse hecho una lectura del mismo en la Facultad de Medicina de París, en 1755, y sobre todo si no se hubiera publicado su obra en Madrid, en 1762, en edición póstuma. Casal, cuando ya estaba instalado en la capital del reino como médico de la real cámara, conoció al Dr. Thierry, médico del embajador francés en Madrid, y le dio a conocer su trabajo sobre “el mal de la rosa”. Éste lo hizo llegar al decano de la Facultad de París, Dr. Chomel, quien encargó su lectura en una sesión extraordinaria de prima mensis. Los comentarios de Casal fueron leidos en latín, naturalmente no por él ya que nunca viajó fuera de España, y desde París se dieron a conocer a otras facultades de medicina. El Dr. Sauvages, profesor de la Facultad de Medicina de Montpellier, la incluyó en su “Nosología Metódica” con el nombre de lepra asturiensis. Lepra entonces representaba cualquier enfermedad crónica y devastadora de la piel y no solo se atribuia a la enfermedad que más tarde se reconocería causada por el bacilo de Hansen.
Más importante fue para que la obra de Casal se mantuviera en la memoria colectiva que quedara recogida en letra impresa, en una cuidada edición realizada en Madrid, en 1762. El libro incluye una bella lámina que ilustra sobre la localización de las lesiones de la piel en “el mal de la rosa”. Fue una publicación excelente que realza todavía más el aire clásico del libro. La ordenación de los textos que componen la obra y el empeño en sacarlos a luz se debió al interés de un colega y fiel amigo suyo, el Dr. Juan José García Sevillano, cuando ya habían transcurrido más de tres años desde la muerte de Casal.
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La introducción del maíz en la dieta de los asturianos.
El descubrimiento del Nuevo Mundo cambió la dieta de Europa con la introducción de nuevos alimentos, como la patata y el maíz. El cultivo del maíz, que se expandió en Asturias antes que en otras partes, fue seguido de la aparición de una nueva enfermedad. Tal extensión alcanzó en el medio rural entre los aldeanos asturianos más pobres, que llevaban una dieta monótona a base de gachas y tortas de maíz, que pronto fue identificada como un mal nuevo. La gente conocía la enfermedad e inteligentemente la denominaron “el mal de la rosa”. Casal estaba allí en ese tiempo y aprendió a reconocer la enfermedad. Se dio cuenta de que era una enfermedad distinta de otras que también afectaban a la piel y eran frecuentes, pero mejor conocidas, como la sarna y el escorbuto. Hizo muchas observaciones acerca de su descubrimiento, que luego fructificaron en el conocimiento de lo que hoy sabemos que es una carencia vitamínima y denominamos pelagra.
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La historia de la pelagra: una carencia vitamínica
La pelagra fue descrita por primera vez por Gaspar Casal en 1735, según los datos extraidos de su obra. La refirió por el nombre vulgar que daban a la enfermedad quienes la conocían o padecían en el Principado de Asturias: “El mal de la rosa”. La historia del maíz y la pelagra están unidas desde su implantación en Europa. El cultivo del maíz procede de América Central y México, donde sirvió como alimento desde muchísimos años antes de la llegada de Colón. El maíz es el cereal americano por excelencia, como el arroz es asiático y el trigo, la cebada y el centeno representan mejor a los cereales consumidos en Europa. El grano de los cereales contiene sobre todo almidón y en una pequeña proporción, proteínas. El grano de maíz, a diferencia de otros cereales, contiene hasta un 5% grasa, de la que puede extraerse aceite, pero su fracción proteica no contiene triptófano, un aminoácido esencial que el organismo necesita recibir a través de la dieta, ya que no es capaz de sintetizarlo. La niacina es una vitamina del grupo B. Las vitaminas no tienen valor calórico, pero son indispensables para el metabolismo humano, es decir, para los procesos químicos que generan energía, componen estructuras (anabolismo) o deshacen las que no sirven y deben ser reparadas (catabolismo). El organismo utiliza la niacina como coenzima en reacciones químicas en que interviene como NAD (nicotin adenina dinucleótido) y NADP (nicotin adenina dinucleótido fosfato). El maíz contiene niacina, pero está combinada en una forma química que resulta inabsorbible por el intestino humano. Para el caso el maíz es carente de niacina. Por otra parte el organismo es capaz, a partir del triptófano, de sintetizar ácido nicotínico y por lo tanto es capaz de compensar la carencia de niacina, ya que ambos, el ácido (nicotínico) y su amida (niacina) tienen el mismo efecto vitamínico. Pero es que resulta que el maíz no aporta al organismo ni el aminoácido precursor ni la vitamina formada, por lo tanto una dieta monótoma a base de maíz provoca una grave carencia de esa vitamina.
El cultivo del maíz americano se extendió no solo por Asturias, Galicia y otras partes de España y Portugal, sino también por otros países del sur de Europa. En Italia el Dr. Antonio Pujati, profesor de medicina en Padua habla en sus lecciones de la misma enfermedad con el nombre de escorbuto alpino y Francesco Frapolli, en 1771, utiliza por primera vez el nombre de pelagra (piel áspera) con el que ha pasado a la literatura. Además este último autor añadió la diarrea como tercer síntoma. Quedó de esta forma caracterizada la triada de las 3 D: dermatitis, demencia y diarrea. La dermatitis fotosensible, afectando al dorso de manos y pies, y cuello, en las zonas expuestas al sol (es fácil deducir que los campesinos pobres no llevaban calcetines e incluso muchos irían descalzos), especialmente a la salida del invierno, en primavera y la demencia ya los había descrito Casal, primero.
Las carencias en niacina no sólo ocurren cuando se come casi exclusivamente maíz. También se ha visto la confluencia de casos de pelagra en personas que pasan hambrunas, como describieron el Dr. Grande Covián y el Dr. Manuel Peraita en el Madrid de la guerra civil (1936-39), o como se recogió en prisioneros británicos, internados en campos de concentración japoneses durante la segunda guerra mundial y alimentados con un ración de arroz. Se ha descrito también la pelagra en alcohólicos, cuya única fuente calórica era el alcohol y en la enfermedad de Hartnup, en la que hay un bloqueo de la absorción inestinal de niacina.
Casal reflexionó sobre las causas de “el mal de la rosa” y llegó a la conclusión de que una explicación coherente podría ser la suma de tres factores: (a) El clima húmedo y neblinoso de Asturias, que favorecería la aparición de la enfermedad. (b) La constitución más débil de los sujetos que los haría más propensos a padecerla. (c) La dieta basada casi exclusivamente en el consumo de maíz, sin otros alimentos, como carne fresca o salada o alimentos grasos, en función de la pobreza de quienes adquirían la enfermedsad. Lo refiere así: “El maíz es el principal alimento de casi todos los que están aquejados de esta afección...porque casi todos los que tienen esta enfermedad son labriegos pobres”. Casal no refiere haber curado directamente a ningún paciente, solo da cuenta de una enferma que al cambiar de alimentos y aumentar el consumo de manteca de vaca, según le dijeron, mejoró de la enfermedad. Según el Dr. Grande Covián, los enfermos tratados con ácido nicotínico, en Madrid, durante la guerra civil mejoraban más rápidamente de la dermatitis y la diarrea, pero las lesiones del sistema nervioso, una vez establecidas mejoraban poco y solían dejar secuelas permanentes.
En los Estados Unidos, a principios del siglo XX, existía una zona de pelagra endémica en los estados del sur, que afectaba sobre todo a la población negra de Mississippi. Se creía que podía tratarse de una enfermedad de origen infeccioso, cuya trasmisión estuviera favorecida por un vector de trasmisión desconocido. El Dr. Joseph Goldberger, del Servicio de Sanidad de los Estados Unidos fue comisionado en 1914 para estudiar el problema. Se estableció en Jackson (Mississippi) y lo primero que hizo fue tratar de estudiar la trasmisión. Él mismo y otros ayudantes se inyectaron material procedente de las lesiones cutáneas de los enfermos, pero no vieron que se reprodujese de ese modo la enfermedad y descartaron su origen infeccioso. Vieron en cambio que en asilos y orfelinatos donde numerosos internos presentaban la pelagra, sus cuidadores estaban sanos. Analizaron las diferencias entre unos y otros y llegaron a la conclusión que la diferencia estribaba en la comida, que era monótona en los primeros y variada y rica en los segundos. Procedieron entonces a mejorar la dieta de los enfermos y comprobaron, después del cambio de dieta, la curación de la mayoría de aquellos enfermos. Para remate del experimento, en la prisión de Rankin Farm, propusieron de manera voluntaria a un grupo de prisioneros someterse a una dieta semejante a la de los asilos. Comprobaron al cabo de 5 meses que los prisioneros que habían seguido la dieta de los asilos presentaban también pelagra, la cual luego desaparecía al variar y enriquecer la dieta con diferentes alimentos. El Dr. Golberger identificó que la pelagra era debida a una carencia vitamínica y la denominó vitamina o factor PP (protector frente a la pelagra). Ha pasado a la historia de la medicina como un modelo admirable de médico y epidemiólogo y su hazaña es relatada con orgullo en todas las escuelas de medicina americanas.
El Dr. Elvehjem de la Universidad de Wisconsin (EEUU), en 1937, estudiando los efectos curativos de los extractos de hígado sobre la pelagra experimental del perro (enfermedad de la lengua negra) demostró que la carencia vitamínica se debía al ácido nicotínico. Tanto este como su amida, la niacina, comparten los mismos efectos.
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