El oficio de los barberos-cirujanos cobró un importante auge en la edad media al ser utilizados estos por el ejército en las contiendas bélicas donde, además de como barbero, ejercían como cirujanos de urgencia dada su insuperable destreza, solo igualada por los matarifes, en el manejo de la navaja. En tiempos de paz, el cirujano-barbero ejercía de forma ambulante llegando a los sitios más recónditos, lugares en los que la población tenía imposible el acceso a atención médica. Allí los barberos realizaban amputaciones, trepanaciones de cráneo para aliviar dolores de cabeza, extracciones de dientes, blanqueaban los dientes con agua fuerte, realizaban curas de todo tipo, hacían enemas, extirpaban piedras del riñón, drenaban forúnculos, sajaban quistes, limpiaban oídos, formulaban ungüentos, incluso operaban cataratas. Pero una de las intervenciones más populares del cirujano-barbero era la realización de sangrías pues era común que todas las primaveras la gente acudiera a hacerse una, ya que se creía que sacando el exceso de sangre, se equilibraban los humores del cuerpo: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra, por lo que si había exceso o defecto de alguno de ellos, aparecía la enfermedad; se realizaban estas con sanguijuelas o haciendo pequeñas incisiones en las venas.
Podéis imaginar las condiciones de trabajo, el tipo de instrumental y los conocimientos de anatomía que aquellos tenían, aun así, las gentes de aquellos lugares confiaban mucho más en ellos que en los médicos, por no hablar de los precios, que eran mucho más asequibles que los de los cirujanos o de los médicos.
Cuando el cirujano-barbero adquiría cierto renombre, terminaba por asentarse en un lugar fijo. Inicialmente el distintivo que ponían en el exterior era un brazo chorreando sangre sobre un poste, pero aquello resultaba muy desagradable a la vista y terminaron cambiándolo por el que aún perdura en algunas peluquerías, un poste rojo sangre rodeado por una venda blanca. Como anécdota, seguro que os suena más el mismo poste, pero con cintas blancas y azules, esto derivó de la escuela francesa que introdujo el azul para imitar su bandera nacional. Lo del poste y la sangre viene de cuando realizaban sangrías, ya que hacían que el paciente asiera fuertemente un pequeño poste de tal forma que las venas se hincharan y resultara mucho más fácil realizar las incisiones.
En aquel tiempo, la especialidad de cirugía académicamente hablando, no existía, el título de Medicina y Cirugía no estaba unificado. El médico no era cirujano y se negaba a utilizar aquellas prácticas, criterio unificado con el de la iglesia que las prohibía, incluso se condenaba a los cirujanos, que no fueron muy bien vistos durante largo tiempo. A raíz de todas aquellas circunstancias se inició la larga disputa entre los cirujanos y los barberos-cirujanos. En Francia el médico internista era universitario y llevaba túnica larga y bonete cuadrado. El cirujano túnica corta. En 1268 Jean Pitard funda la Cofradía de Cirujanos de San Cosme, especie de Colegio de cirujanos-jurados de París.
Ahora os dejo aquí una serie de curiosidades relatadas por el médico y novelista francés, Doctor André Soubirán y Jean de Kearney, editadas en 1980:
El cirujano: un hombre sediento de sangre
(De un cirujano cualquiera)
¡Somos cirujanos!. Hace falta un cierto valor para reconocerlo, el mismo que necesitamos en un momento de nuestra vocación médica, para escoger este arte. Es decir, para escoger ser despreciado, injuriado y a veces perseguido.
Para la Iglesia, que no gusta de la sangre, nosotros hundimos el cuchillo en las heridas. Pero a medida que la sangre corría, se abrían ante nosotros las puertas del conocimiento.
Entonces hemos hundido el cuchillo en los conocimientos admitidos, zarandeando el juego esterilizante de la escolástica, perturbando las convicciones de los doctores de la Iglesia y de bachilleres charlatanes, sostenidas por los débiles cimientos del silogismo.
Hemos reemplazado la balbuciente admiración a los antiguos textos, sempiternamente repetidos por la sabiduría de la observación y la enseñanza de la experiencia. Hemos forzado a los balbucientes a comerse la paja de sus sillas curules.
¡Y la Iglesia ha creído vernos con el cuchillo entre los dientes!. Inmediatamente nos ha atribuido los crímenes del hereje y, antes de que fueran reconocidos nuestros méritos y nos diera la absolución, hemos conocido la prisión o el exilio. Incluso los verdugos de la Inquisición han ofrecido a los primeros cristianos de la cirugía la palma del martirio. Con la diferencia de que nosotros hemos rehusado operar en las catacumbas.
Parientes pobres de una gran disciplina, para los médicos nosotros no somos dignos de acogernos bajo su techo y llevar birrete cuadrado.
Ha hecho falta luchar y, para colgar nuestra placa, comenzar por descolgar a los ahorcados. Incluso hemos visto a nuestros vecinos, los barberos, aliarse con los médicos en contra nuestra.
La lucha no ha terminado pero ya ceden algunos bastiones. La cirugía, la gran cirugía, heredera quizás de los barberos y matarifes, pero señalada con cualidades propias, animada por la misma e invencible fe que los arquitectos de catedrales, se dirige penosamente hacia el progreso.
No dudemos de que está cercano el día en que el cuchillo del cirujano, espada de una moderna caballería, abrirá a nuestro arte sus cartas de nobleza y hará de nosotros gentileshombres.
La cirugía italiana conquista París, año 1300
Para la cirugía, París es italiano. Italiano porque Lanfranc, expulsado de Milán por las luchas entre güelfos y gibelinos, ha venido a París a petición del decano Jean de Passavent para dar lecciones y escribir un libro de cirugía. Lanfranc pertenece al tipo de los emigrados de calidad víctimas de las guerras civiles y con los que Francia se enriquece periódicamente. Discípulo de Guillermo de Saliceto pronto fue cabeza de toda la escuela quirúrgica francesa, pues no solo es un compilador sino también un profundo observador y un hábil operador. Hay que citar, entre otras, sus observaciones sobre las fracturas de cráneo y sus síntomas, las indicaciones que da para la trepanación y la prescripción de vendajes herniarios. Ya Lanfranc se alza, y no es su menor mérito, contra la separación que se acentúa entre la medicina y la cirugía: “Dios mío, ¿por qué tal diferencia entre el físico y el cirujano?. Los físicos han abandonado las operaciones a los laicos y el vulgo cree imposible que una misma persona pueda saber medicina y cirugía. Pero nadie puede ser buen médico si ignora las operaciones quirúrgicas ni nadie puede operar si no conoce la medicina”.
Lenguaje digno de un jefe de escuela. ¿Pero será escuchado?.
Montpellier: Cirugía prohibida, año 1376
Con la partida del Papa Gregorio XI, que traslada la Santa Sede de Aviñón a Roma, tiene consecuencias imprevistas. Con él desaparece la tolerancia que reina siempre junto a la Corte Papal. La Universidad de Medicina de Montpellier acaba de prohibir a sus doctores el ejercicio de la cirugía y la enseñanza quirúrgica. Termina con ello una tradición que se remonta a 1088, fecha de los estatutos por lo que se concedía a los barberos de la ciudad la calidad de “maestros y cónsules del arte de la cirugía”. Se ve que el Consejo de la Universidad ha olvidado que dos de los más grandes hombres eran sacerdotes, que Guy de Chauliac era capellán de la Santa Sede y que Henri de Mondeville, clérigo, opinaba que el cirujano mantuviera a los laicos a respetuosa distancia. Su maestro, Guillermo de Saliceto, era asimismo sacerdote, lo cual no le impidió tratar las enfermedades femeninas y tener un hijo al que reconoció públicamente, contra todas las leyes de la Universidad y la Iglesia. Teodorico, al llegar a obispo, no dejó de practicar la cirugía. Y el gran Lanfranc, también clérigo, tuvo por hijo a Maese Bonnet, quien ejerce la cirugía en Montpellier.
¿Entonces?
Entonces se trata de una solapada maniobra de los médicos deseosos de resucitar el antiguo precepto de la Iglesia de no derramar sangre. Nosotros, provisionalmente, volveremos a colgar la honorable muestra de “barbero” pero, palabra de cirujano burlado, que no se cuente más con nosotros para montar guardia, los domingos, en la puerta del Legador, tal como prescriben, a los cirujanos, ¡los estatutos consulares!.
¡Conservemos, no obstante, alguna esperanza!
Al tiempo que aparece esta prohibición ridícula, el duque Luis de Anjou, lugarteniente del Rey en el Lenguadoc, acaba de conceder a los médicos permiso para obtener cada año el cadáver de un ajusticiado, destinado a estudios anatómicos.
¡Peligrosa decisión! ¡imaginad que, además de aprender anatomía, los médicos cojan afición a abrir el cuerpo humano!.
Barberos contra cirujanos
Una orden de Felipe IV el Hermoso en 1311 manda que nadie puede ejercer la cirugía sin haber sido examinado por los maestros cirujanos de San Cosme, que era la cofradía que amparaba a los cirujanos. Existe una guerra entre las facultades de Medicina y las Cofradías de San Cosme sobre la expedición de títulos y de la autorización para ejercer la cirugía, esta guerra persiste durante toda la Edad Media y se resuelve en tiempos posteriores.
En el año 1465, una nueva ordenanza que otorga la preeminencia a los barberos, da un rudo golpe a los cirujanos y pone fin, durante algún tiempo, a la guerra que ardía entre estas dos profesiones hermanas: “Maese Oliverio el Gamo, bien amado ayuda de cámara y primer barbero de Luis el Onceno, será maestro del oficio de barbero. Designará a los jurados encargados de administrar la corporación. Ningún barbero podrá abrir establecimiento antes de haber sido examinado y aprobado por los jurados y antes de haber pagado al barbero real un canon de cinco ducados. La comunidad formará una hermandad colocada bajo el patrocinio de los benditos santos Cosme y Damián”.
Afeito: luego sangro
Para comprender bien esta disputa hay que dar un salto atrás. En su origen aparecen dos nociones capitales: la Iglesia tiene horror a la sangre y cualquiera que trabaje con sus manos es villano. Ante esto, la Medicina la harán los médicos, los clérigos tonsurados, eclesiásticos distinguidos, de cabezas pensantes y manos en los bolsillos, y muy lejos y muy por debajo de ellos los “manuales”. El manual es el que sostiene el cuchillo. ¿Y, quien sostendrá mejor el cuchillo que el barbero, cuyo es el oficio? Afeito: luego sangro. Un escalón más abajo y aparece el ambulante. El sajador, el vagabundo de la cirugía que va por los caminos alquilando su cuchillo a domicilio, extirpando hernias, abatiendo cataratas, extrayendo la piedra, audaz y genial matarife o charlatán de altos vuelos. Poco a poco, no obstante, surgen barberos eminentes, maestros de la profesión que no tardan en estimar que su deber es alcanzar prestigio y que no lo conseguirán hasta abandonar su tienda ambulante. Así fue como Etienne Boileau, Preboste de París inscribió en “el Libro de los Oficios” en 1268 los estatutos de la pequeña comunidad de Cirujanos Barberos, inspirados en los de otras corporaciones, y colocó la hermandad bajo la advocación de los santos médicos Cosme y Damián.
Seis jurados, elegidos de la forma ordinaria, vigilaban y administraban la comunidad, siendo su misión principal la de examinar a los candidatos a cirujanos, según su dictamen el Preboste de París autorizaba o prohibía ejercer a los candidatos. Pronto, en una especie de frenesí, estos cirujanos-barberos anhelaron aún más: igualarse a los médicos. Para ello se hicieron clérigos, hablaron latín, usaron birrete y expidieron diplomas. Serían los Barberos-Clérigos, cirujanos de San Cosme, usando largo traje talar y un escudo con tres botes de ungüento. Por oposición, los Barberos-laicos llevarían trajes cortos y tres bacias de barbero en su enseña. Los sajadores continúan fieles al puesto: se les tolera, ya que solo operan en presencia del cirujano, que asiste, controla y cobra el diezmo de San Cosme antes de dar su aprobación. En realidad el barbero no siempre respeta la ley. Es un signo de la época: los edictos son tanto más duros en cuanto que nadie les hace caso.
En el mes de agosto de 1301, Renaud Barbón, Preboste de París, prohibió a 26 barberos el ejercicio de la cirugía.
Si hay que creer el edicto real de 1311, la prohibición no es más respetuosa que de costumbre.
¿Qué es lo que declara Felipe el Hermoso?
“Sabemos que numerosas gentes, asesinos, ladrones, monederos falsos, usureros, charlatanes y alquimistas practican públicamente la cirugía en la ciudad y vizcondado de París, a pesar de su ignorancia, como si hubieran prestado juramento, poniendo enseña en sus ventanas como verdaderos cirujanos, y que desobedeciendo nuestras ordenanzas, se permiten hacer más de una visita a los malhechores en iglesias y lugares de asilo. En consecuencia ordenamos que ningún cirujano ejerza la cirugía si previamente no ha sido examinado y aprobado por los maestros-cirujanos-jurados nombrados por nuestro amado cirujano Pitard, jurado de nuestro Castillo de París”.
¡Jean Pitard!, gracias a él y a sus obras, conjuntamente con Lanfranc, surgió el principio clásico de los cirujanos de París. Precario principio, en verdad, esta ordenanza real. Los barberos decididamente no respetaban nada y así el problema reaparece con el mismo cariz en 1352, con el rey Juan el Bueno y en 1364 con Carlos V. Ese mismo año de 1364 los barberos consiguieron una pequeña victoria sobre los cirujanos: son dispensados de la ronda. Los cirujanos esperaron seis años igual dispensa.
Sangro: luego existo
Al año siguiente los barberos confirman su ventaja (ordenanza del 3 de octubre de 1372): “Los cirujanos y maestros jurados, a la sombra de ciertos privilegios, que dicen tener de nuestros predecesores, se han esforzado en impedir a los barberos en ejercicio el administrar emplastos, ungüentos y otras medicinas convenientes y necesarias para curar toda clase de forúnculos, tolondrones y postillas, así como las heridas abiertas. Esto, que representa un gran perjuicio para los barberos, lo es también contra la razón y el bien público de nuestros súbditos, ya que muchas pobre gentes que tienen diversas enfermedades accidentales, no podrían, como hacen con los barberos, recurrir a los llamados maestros jurados, que son gentes de gran posición y fortuna. “Entendemos que bajo ningún pretexto puedan los barberos ser turbados , molestados o impedidos en su función por los cirujanos y maestros jurados”. He aquí a los barberos, incluso a los más ignorantes, reconocidos, no solo como cirujanos, sino también como médicos. Disgustados los cirujanos se vuelven hacia la Universidad de Medicina, que les acoge con los brazos abiertos…a poco que abandonen las malas costumbres y se conviertan en alumnos. Los maestros-cirujanos entonces , refuerzan sus estatutos, imitan a la Universidad hablando latín y dan consultas gratuitas en la sacristía de la iglesia de San Cosme. Esto les permite tomar venganza: el 4 de mayo de 1423, se prohíbe a los barberos ejercer o entrometerse en la cirugía. Pero los barberos contraatacan y el 4 de noviembre del mismo año el edicto es revocado. Ante tal afrenta los cirujanos apelan al Parlamento, que los condena, el 7 de septiembre de 1425, a una multa y a pagar las costas. Insisten con la misma demanda los cirujanos en 1436 a la Universidad y obtienen la misma respuesta de la última vez. Y así tenemos a nuestro cirujano, entre el sillón del médico y el taburete del barbero, no ganando ni para el birrete, vencido por los barberos y aún no aceptado por la Universidad. Para colmo, el edicto del rey Luis le asesta el último golpe, poniendo fin, provisionalmente, a esta guerra en miniatura, de la que es bien probable que vuelva a hablarse más pronto que tarde.
INVENTARIO OPERATORIO
La gran cirugía,- de Guy de Chauliac.-Año1363
“La cirugía enseña la manera y forma de obrar, principalmente consolidando, cortando y ejerciendo otras operaciones manuales, para curar a los hombres, en tanto sea posible”
“Esta cirugía tiene propiamente el nombre de arte. Aristóteles la inscribe en el número de las artes mecánicas y nadie puede conocerla sin haber operado. Es lo que decía Galeno en el primer libro de los alimentos: no se llega a patrón de barco leyendo libros”.
“Las operaciones de los cirujanos son tres, a saber: separar el contenido, unir lo separado y quitar lo superfluo. Se separa el contenido sangrando y escarificando; se une lo separado consolidando las heridas y reduciendo las fracturas; se extirpa lo superfluo cuando se curan los postemas y se cercenan las glándulas”.
“Entre los métodos de los cirujanos unos son medicinales, como regímenes, brebajes, sangrías, ungüentos, emplastos, polvos, y los otros son instrumentales; De estos, unos son para cortar, como cuchillos, navajas y lancetas; otros para cauterizar; otros para extraer, como tenazas y pinzas; otros para sondar y otros para coser, como agujas y cánulas”.
“Los propios son el trépano para la cabeza, la hoz para el ano, etc…”.
“En su estuche, el cirujano debe llevar cinco o seis instrumentos, a saber, cuchillos, pinzas, navaja, lanceta, probeta y aguja”.
Hay cinco escuelas de cirujanos (París, 1363):
La primera es la de Roger, de Rolando y de los Cuatro Maestros, que en toda herida o postema, sin distinción, procuran la supuración con sus brebajes y emplastos, fundándose en el quinto de los Aforismos: “Los cocidos son buenos, y los crudos malos”.
La segunda es la de Brun y Teodorico, que curan indiferentemente todas las heridas con vino solo, fundándose en que “lo seco se acerca más a lo sano y lo húmedo a lo insano”.
La tercera escuela es la de Guillermo de Saliceto y de Lanfranc, que tratan todas las heridas con ungüentos y emplastos suaves, fundándose en que “la curación tiene un solo camino, un tratamiento cuidadoso y sin dolor”.
La cuarta es la de todos los guerreros y caballeros teutones y otros militares, que con conjuros y brebajes, aceite, lana y hojas de col tratan todas las heridas y se fundan en: “que Dios ha puesto su virtud en las palabras, las piedras y las hierbas”.
La quinta es la de las mujeres y algunos idiotas, que ponen a los enfermos de todas las enfermedades bajo la advocación de los Santos, fundándose en que: “El Señor me lo ha dado por pura complacencia; el Señor me lo quitará cuando guste; bendito sea el nombre del Señor. Amén”.
Ahora vamos a las condiciones exigidas al cirujano que quiera ejercer el arte de operar en el cuerpo humano.
Las condiciones requeridas son cuatro: La primera es que sea letrado; la segunda que sea experto; la tercera que sea ingenioso; la cuarta que sea morigerado.
“Que sea morigerado, es decir, que sea osado ante las cosas seguras y cuidadoso ante las peligrosas, que huya de las malas curas y sea atento con los enfermos, buen compañero, sabio en sus predicciones, casto, sobrio, piadoso y misericordioso, no exigente en cuanto al dinero, pero que cobre un moderado salario según su trabajo, las posibilidades del enfermo y su calidad y dignidad”
el servidor a su dueño, que se fie de él y que tenga paciencia, pues esta vence a la enfermedad”
“Las condiciones del ayudante del cirujano son cuatro: que sean apacibles, graciosos, fieles y discretos”.
“Todo artesano es reputado como conocedor del objeto sobre el que trabaja; de otra forma se equivoca al trabajar. Y estos son como los malos cocineros, de quienes Galeno decía que no quiebran según las junturas, sino que rompen y destrozan. De donde se deduce lo necesario que es a los cirujanos el saber anatomía”.
“De lo anterior y de lo que vendrá, si los cirujanos se aplican, serán como un niño llevado en brazos por un gigante: podrán ver todo lo que alcanza el gigante y aún más”.
------------------------------------
Definitivamente, es en el siglo XV, bajo el reinado de Enrique VIII, cuando barberos y cirujanos fueron separados como oficios independientes.
La existencia del Barbero-cirujano perduró desde la edad media hasta prácticamente el siglo XIX, tiempo en que ya los cirujanos van adquiriendo cada vez más base científica, consiguiendo finalmente que solo ellos pudieran hacer intervenciones quirúrgicas, fusionándose la medicina y la cirugía en una sola carrera universitaria; en España, por ejemplo a través del Ministerio de Fomento, en 1886, los barberos-cirujanos que quisieron continuar con actividad médica pudieron convalidar su título por el de “practicante”.
Por último, Para darse cuenta de la relevancia que los cirujanos-barberos tuvieron, baste decir que el padre de la cirugía moderna, Ambroise Paré, en los comienzos de su carrera en el s.XVI, se formó como cirujano-barbero como parte del Gremio de Barberos Cirujanos de Paris.
Report