“No son los dos sexos superiores o inferiores el uno al otro. Son, simplemente, distintos” (Gregorio Marañón).
…Marañón fue ante todo un acontecimiento… un hecho histórico… que se cimentó, en su talento profesional y en su prodigiosa capacidad de trabajo…un hombre de porte señorial, generoso, cordial, ejemplar, carente de vanidad y arrogancia y dotado de un extraordinario sentido de la amistad, y un médico de excepcional capacidad de influencia sobre los enfermos… Marañón representó la irrupción social en el país de la nueva medicina española. (J.P.Fussi, historiador)
«Nos parece que, en Marañón, lo humano y lo intelectual se enlazan en un todo inquebrantable, donde caben la fe, la ética, la estética y la política, la reflexión, la acción y la convivencia”. (Antonio Illán Illán y Oscar González Palencia, Diario ABC, 25/06/10)
Gregorio Marañón y Posadillo nació en Madrid el 19 de mayo 1887 y falleció en la misma ciudad en 1960. Vino al mundo en el seno de una familia burguesa e ilustrada, su padre, Manuel Marañón y Gómez Acebo, oriundo de Santander, era un prestigioso abogado en el Madrid de la Restauración que además fue consejero del Banco de España, diputado por Madrid y Miembro de la Real Academia de Jurisprudencia. (1) Escribió con León Medina una serie de famosos compendios de legislación, conocidos como el “Medina-Marañón”. (2)
Cuando Gregorio Marañón tenía apenas tres años falleció su madre en un parto, este hecho desgraciado iba a suponer el acontecimiento más importante de su vida, ya que su padre decide llevarle junto a sus tres hermanas, a Santander a casa de la abuela de estos, donde pasaría largas temporadas combinadas con los inviernos en Madrid. Allí conoció y trató a lo largo de su infancia y juventud a relevantes amigos de su padre que ejercieron gran influencia sobre él. Entre ellos destacan José María de Pereda, Marcelino Menéndez Pelayo y Benito Pérez Galdós que fue tan importante en su vida y de quién dijo: “Una parte importante de la formación de mi espíritu está vinculada a la convivencia con don Benito Pérez Galdós y su familia” (3)
Marañón llegó a Toledo indudablemente influenciado por Don Benito que la describía como “síntesis de la historia de España” y donde adquirió la finca “El Cigarral de Menores” en 1921. En esta finca escribió la mayor parte de su extensa obra y además la finca se convirtió en centro cultural de referencia de la primera mitad del siglo XX en España. Por allí pasaron Lorca, Unamuno, Pío Baroja, Ortega y Gasset, Valle Inclán o Antonio Machado,también ilustres extranjeros como Marie Curie, Alexander Fleming o Marcelle Auclair, entre otros. Las veladas culturales que allí se celebraban eran intensas, continuas y repletas de anécdotas, como la lectura de las “Bodas de Sangre” de Lorca que tanto emocionó a Marañón.
En su prólogo a la primera edición de “Elogio y nostalgia de Toledo”, escribió:
"En Toledo, en el retiro de sus cigarrales, en su soledad llena de profundas compañías, he sentido muchas veces, durante largos años, esa plenitud maravillosa escondida en lo íntimo de nuestro ser, que no es nada positivo, sino más bien ausencia de otras cosas; pero una sola de cuyas gotas basta para colmar el resto de la vida, aunque la vida ya no sea buena. Esa plenitud inefable se llama Felicidad". (4)
Marañón fue un médico y ensayista que estudió en la Facultad de Medicina de Madrid, y obtuvo el grado de licenciado en 1908 con Premio Extraordinario , alcanzando el doctorado en 1910 con el trabajo “ La sangre en los estados tiroideos”, también con Premio Extraordinario.
Recién cumplidos 21 años, le concedieron el Premio Martínez Molina, por su trabajo “Investigaciones anatómicas sobre el aparato paratiroideo del hombre”, galardón que únicamente tenía en su poder Santiago Ramón y Cajal ya que había sido declarado desierto en la mayoría de sus años, pero además el mérito se acrecentó por haberlo conseguido antes de finalizar la carrera de Medicina.
Uno de los profesores que más influyeron en su vida fue Santiago Ramón y Cajal, que le dio clases de histología y que se convirtió en un referente tanto intelectual, como moral, sobre todo después de la lectura de sus “Reglas y Consejos”, tal es así que le dedicó el discurso de entrada en la Academia de Ciencias en 1947 y que más tarde publicaría en un libro titulado “Cajal, su tiempo y el nuestro”.
El mismo año de su doctorado viaja a Alemania para estudiar química biológica con Edinger, y donde tiene la oportunidad de conocer a Paul Ehrlich, interesándose por sus estudios de quimioterapia, sobre los que trabaja en el laboratorio de este.
Un año después (1911) regresa y por oposición obtiene una plaza en el Hospital General de Madrid, incorporándose a la sala de infecciosas, pero más tarde, este hospital se convierte en el Hospital del Rey y Marañón lo convierte en el Instituto de Patología Médica.
“Desde la patología de las infecciosas, punto de arranque en las buhardillas del Hospital General de Madrid, creó la Medicina comprensiva a través de la observación patoplástica más exigente, de la clínica de las secreciones internas, de la semiología, el diagnóstico diferencial y etiológico. La terapéutica y la dietética llegando a la disolución activa de las antinomias establecidas: La oposición entre médico y quirúrgico, externo e interno, local y general, funcional y orgánico, metodológico y conceptual pues Marañón aportó su mayor inteligencia creadora a percibir la Síntesis en la unidad inextricable del “ser que está” enfermo. Comprendió en la vida humana las señales patológicas y lo que la enfermedad representa para la persona, sabiendo cuando debe combatirse y cuando hay que respetarla por ser forma de expresión y de existencia. Supo ver. Era un visual, un talento plásticoque entendió la semiótica morbosa y la de la creación pictórica con igual capacidad de desciframiento”.-Fernanda Monasterio, Doctora en Medicina, Catedrática de Psicología, Discípula de Marañón.
Marañón fue el arquetipo de humanista del siglo XX y perteneció a las Reales Academias de Medicina, de Bellas Artes, de Ciencias Exactas, de Físicas y Naturales y de Historia. Perteneció también al Instituto de Francia, a la Academia de Ciencias Morales y Políticas francesa, a la Academia de Ciencias Morales de Gran Bretaña, además fue nombrado doctor honoris causa por gran número de universidades de Hispanoamérica, y de las de Milán, París, Oporto y Roma. (5)
Fue un pionero en los estudios de la endocrinología, siendo iniciado en este campo por Juan Madinaveitia, con él estudió los síndromes tiroideos. Marañón siempre lo elogió y del que se manifestaba así: “Madinaveitia nos habló de los síndromes tiroideos atenuados, apenas aparecidos los trabajos de Hertogue y de Léopold-Lévy, el viejo maestro que honró varias veces esta cátedra y que acaba de morir”. (6)
Manuel Alonso Sañudo fue otro de sus profesores iniciáticos en la endocrinología, con el que estudió los síndromes pluriglandulares. (7)
Para Marañón “Sañudo representaba la ciencia francesa y Madinaveitia la tendencia anatómica alemana y la valoración directa seca, a veces excesivamente seca, del detalle clínico”. (8)
En 1915 presentó el libro “La doctrina de las secreciones internas, su significación biológica y sus aplicaciones a la patología”, basado en un curso que dio en el Ateneo de Madrid acerca de los conocimientos adquiridos durante el período que él denominó como de “crecimiento explosivo de la endocrinología”, crecimiento que culminó en 1931 con la toma de posesión de la cátedra de Endocrinología en la Universidad de Madrid.
Típica del acercamiento de Marañón a la endocrinología, fue su defensa entusiasta de la organoterapia participando en un buen número de trasplantes de cápsulas suprarrenales y gonadas en los años veinte junto León Cardenal y al igual que este se interesó por los métodos de rejuvenecimiento de Eugen Steinach y Serge Voronoff. En 1919 escribió “La Edad Crítica”, en la que consideraba que el declive y el envejecimiento de las funciones sexuales estaban muy ligados. Este interés por el envejecimiento hizo que se le considere como uno de los fundadores de la gerontología en España.
La gran pandemia de la denominada “gripe española” de 1918, le da la oportunidad de viajar en comisión oficial a Francia, junto con Pittaluga y Ruiz Falcó, para estudiar su etiología, lo que le da la oportunidad de conocer nada menos que a Babinski, Wright, Fleming y Cushing.
Marañón, que conoció personalmente a Sigmund Freud, mostró un especial interés por el psicoanálisis y por las teorías psicosexuales de este y fue uno de los pocos biólogos que fue considerado seriamente por los primeros psicoanalistas. Marañón y Freud coincidían en que la libido (a la que Marañón llamaba "hambre sexual") era un impulso primario, no obstante, el endocrinólogo mantenía que era producida por un fenómeno químico: la irrupción en la sangre de las secreciones internas de las gónadas, pero Freud, aunque lo admitía, mantenía que era irrelevante psicológicamente hablando. En la relación Marañón-Freud se mostraba claramente el paralelismo existente entre la individualidad biológica que revela la constitución endocrina y la individualidad psicológica que descubre el psicoanálisis.
En 1927 Marañón escribe: “El error de Freud descansa en tres circunstancias, a saber: en la excesiva generalización hacia la normalidad de hechos meramente patológicos, en la universalización de datos psicológicos que son probablemente peculiares de su raza y quizá, dentro de esta, del medio en que ha trabajado; en fin, en la falta de conocimientos experimentales acerca de la sexualidad del animal”. (9)
Marañón ignora la “dimensión psicológica” y meramente psicoanalítica que Freud hace de la sexualidad, ya que mantiene que en este aspecto su visión es “más amplia y noble”, pues incluye las dimensiones morales y sociales del fenómeno. Se puede decir que no tenía en mucha estima el valor terapéutico del psicoanálisis y mantenía que Freud había “creado” ya tantos enfermos como Charcot en sus tiempos. (10)
Como todos los hombres ilustres de su generación tenía un gran sentido del deber, gran espíritu de sacrificio y sobre todo vivía el momento socio-político de España con enorme pasión. Fue capaz de convencer a Alfonso XIII de hacer un viaje juntos a la zona más deprimida de España, las Hurdes. Gracias a este viaje se creó el Real Patronato de las Hurdes que contribuyó de manera inmediata a una enorme mejora socio-sanitaria de la zona. Sobre este viaje, Marañón escribió un libro que no se publica hasta 1992 titulado “Viaje a las Hurdes”.
Marañón fue un hombre de talante liberal, un adelantado a su tiempo que fue muy crítico con la dictadura de Primo de Ribera y fue, por ello, multado con 100.000 pesetas y encarcelado un mes, al interpretar que formaba parte de un complot para derrocarle. En 1931 tras la caída de la Monarquía, Marañón, Ortega y Gasset, Machado y Pérez de Ayala, redactan, firman y publican un manifiesto bajo el título “la Agrupación al Servicio de la República”, que se presenta en Segovia el 14 de febrero de 1931. Tal era la influencia social que Marañón había alcanzado, que fue quien promovió la reunión en su casa del 14 de abril de 1931, para dar por finiquitada la monarquía de Alfonso XIII, con una salida decorosa y pactada, y a la que asistieron el monárquico Romanones y el presidente del Gobierno Provisional de la República Alcalá Zamora, en la que se decidió la salida de Alfonso XIII hacia el exilio y la inmediata proclamación de la República. Dos meses más tarde, en junio, es nombrado diputado, aunque poco tiempo después se mostró muy crítico con el caos social republicano, condenando la quema de iglesias y otros actos violentos y perdiendo la fe en el porvenir de la República, por lo que disuelve la asociación que había creado.
El 8 de abril de 1934 tomó posesión como miembro de la RAE, adjudicándole la silla K, con el discurso titulado “Vocación, preparación y ambiente biológico y médico del padre Feijoo”.
En la guerra civil se muestra muy crítico con ambos bandos, abogando siempre por la dignidad humana y, ante el peligro que corría su vida, a finales del 36 tuvo que exiliarse a Francia, para no regresar hasta 1943. Durante ese periodo viajó con frecuencia a los países sudamericanos, donde dio múltiples conferencias, además de escribir multitud de artículos en prensa y también en el exilio escribió varios libros entre los que destaca: "Manual de diagnóstico etiológico".
Dos años después de su regreso del exilio, vuelve a ejercer la docencia y al año siguiente, 1946, es nombrado vocal del Pleno del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, para que dos años después, a petición suya, el Consejo creara el Instituto de Endocrinología Experimental que posteriormente se integró en el Centro de Investigaciones Biológicas.
Marañón lideró la generación, que él denominó de pre-guerra, una generación repleta de figuras que aportaron a la medicina occidental conocimientos y técnicas de alto nivel y que catapultó a la medicina española a metas universales. En esa “generación señera”, como la del 98; y en lo que atañe a la medicina, junto a Rodríguez Lafora, tuvo su figura, según el propio Marañón, más representativa en Nicolás Achúcarro Lund, además incluye al urólogo Salvador Pascual, al terapeuta Teófilo Hernando Ortega, que con Marañón es autor de una obra sobre Medicina interna universalmente reconocida, y también a José Goyanes Capdevila, a los histólogos Pío del Río Hortega y Jorge Francisco Tello, al pediatra Enrique Suñer Ordóñez, a figuras como Lorenzo Ruiz Arcaute y Roberto Novoa Santos, a los cardiólogos Miguel Gil Casares y Agustín del Cañizo Suárez, al dermatólogo José Sánchez Covisa, el epidemiólogo Antonio Ruiz Falcó o el fisiólogo Augusto Pi y Suñer y otros; figuras todas ellas que aportaron a la medicina occidental conocimientos y técnicas de alto nivel, decir que a los miembros de esta generación se los denominaba “hijos de Cajal”. (11)
La idea de progreso de Marañón siempre tuvo su piedra filosofal en la esperanza y así lo expresaba en 1936: “El rastro que deja la humanidad a su paso por la tierra es dolor, dolor eterno, quien sabe si necesario; pero a pesar de todo, menor cada vez. Acaso sea hoy menos fácil emborracharse de gloria; pero el número de seres humanos en absoluto infelices, disminuye a medida que los siglos avanzan”. (12)
Marañón fue Médico, escritor, ensayista, historiador, humanista. No menos de mil doscientos ochenta y siete títulos recogía un índice bibliográfico de 1952, títulos que como dijo su más importante biógrafo, Laín Entralgo, es posible ordenarlos todos ellos bajo tres rúbricas principales: la enfermedad y su curación, España y la dignidad humana. Su estilo diferencial se debe a su capacidad para exponer, a medio camino entre la prosa científica y la expresión literaria. Por ello, está considerado, no sólo como uno de los principales ensayistas de nuestro tiempo, también como el eslabón entre el ensayo literario y el específicamente científico. (13)
El 27 de marzo de 1960, después de haber cenado con su familia, comenta que ha recibido un libro de Azorín que tenía muchas ganas de leer, se acostó y ya no se despertó más, tenía 72 años.
A continuación transcribo aquí la introducción que él mismo hace a su libro “El problema de las febrículas”, de 1927, donde se aprecia, además de la riqueza léxica del castellano de la época, una lección magistral dirigida a sus colegas sobre en que medida el facultativo hace uso del oficio, de la originalidad e incluso la intuición en el proceder diagnóstico, y del bagaje científico basado en la norma:
“No es ésta la primera vez que me he ocupado de fiebres largas y misterosas. Hace cuatro años que en el Colegio de Médicos de Córdoba estudié, en esquema, parte de la cuestión ("Contribución al estudio de algunos síndromes infecciosos de etiología desconocida. Córdoba, 1922); y recientemente, con mayor amplitud, me sirvió de tema para el discurso inaugural de la Academia Médico-Quirúrgica (Marañón. Anales de la Academia Médico-Quirúrgica de Madrid, 1926-27, fascículo I), si bien, en ambas ocasiones, hube de ceñirme a una exposición demasiado sucinta del complejo problema.
Justifica mi insistencia en volver al mismo tema, la realidad de cada día, que a todos nos manda, y que a mí, como seguramente a cuantos colegas me leen, me plantea, un día y otro, el trance de diagnosticar y de tratar estos enfermos misteriosos, que tienen durante meses enteros una fiebrecilla, sin causa aparente, desesperante por su tenacidad y por su misma falta de manifestaciones llamativas; que evoluciona como quiere, por encima de nuestras previsiones y nuestros remedios; y que terminan el día menos pensado, como si de intento hubieran querido humillar a todo el arsenal de nuestra terapéutica y todos los cuidados y aprensiones del propio paciente; cuando no sirven de prólogo a estados de gravedad inesperada.
Dificultad de la interpretación clínica de la febrícula,-
Hay muchas afecciones en la patología humana que van acompañadas de febrícula. Entonces, cuando hay un diagnóstico previo, y la pequeña elevación de temperatura aparece como un elemento más, como un fenómeno secundario, entre el cortejo de los síntomas, el problema no tiene interés para el clínico. Por ejemplo, cuando diagnosticamos una anemia perniciosa, el que el enfermo tenga entre sus manifestaciones una fiebrecilla continua nos interesa relativamente poco. Un tuberculoso declarado, un cáncer del aparato digestivo, pueden presentar este síntoma, que será banal para el médico. Y podrían recordarse muchos ejemplos más como los citados.
Pero este mismo hecho de la pequeña fiebre se nos plantea como problema difícil cuando ocupa el primer término del cuadro clínico, y el diagnóstico se ha de hacer partiendo de su única, o casi única, realidad patológica. La fiebre, siendo, con el dolor, el síntoma más común y más llamativo del sufrimiento humano, es, en cambio, el de más vaga significación diagnóstica. Por sí solo no nos da el menor indicio de localización y de posible naturaleza del mal. Nos basta oír el modo de hablar de un enfermo para diagnosticar que padece una hemorragia en tal punto preciso de su cerebro, o una parálisis cerebral; observar su nuca rígida para saber que padece una meningitis y casi el microbio que la produce; provocarle el dolor de este o del otro punto del abdomen para concluir que tiene inflamado el apéndice, o la vesícula biliar, etcétera, etc. Por el contrario, cuando un paciente nos llama porque se siente febril, todo un mundo de probabilidades diagnósticas se abre ante nuestro espíritu. La causa de la hipertermia puede residir en un foco inflamado en cualquier punto, el más recóndito del organismo; y docenas y docenas de gérmenes pueden ser sus agentes productores. Hay que esperar a que vayan apareciendo otros síntomas acompañantes de la calentura y a que el laboratorio ponga a contribución todos sus recursos para que la vaga etiqueta de "fiebre" se complete con los adjetivos que definen el diagnóstico. Lo cual, a pesar de todo, no se logra más que en un reducido número de enfermos.
Y eso, en las grandes fiebres de ciclo definido. Pero si la fiebre es de tan poca monta, tan prolongada, tan irregular, tan sin estructura clínica como en los casos que vamos a estudiar en esta monografía, las dificultades se multiplican. Cuando uno de estos enfermos acude a nosotros y nos dice, sencillamente, que desde hace unas semanas, o unos meses tiene todas las tardes cinco, seis, o más décimas, sin más molestias o pocas molestias más, y la exploración general no revela nada, o casi nada, el médico experimenta la sensación angustiosa de la inseguridad en su ciencia, como pocas veces sentida, porque pocas veces también va aparejada a nuestro juicio clínico una responsabilidad mayor. Esa fiebrecilla puede ser el comienzo de una tuberculosis que un día explotará vorazmente; pero puede ser debida sencillamente a una cripta faríngea llena de estreptococos. ¿Condenaremos al enfermo, que generalmente es una persona joven y en plena apetencia de vivir, a una cura rigurosa, de sanatorio, ante la primera sospecha?. Mas si la realidad es la segunda, la banal, ¿con que derecho habremos puesto al paciente al margen de la vida meses y meses?. Pero, ¿y si damos un veredicto optimista y recomendamos al febrecitante que guarde su termómetro y siga su vida ordinaria, sin preocuparse de la temperatura, y unas semanas después volvemos a verlo enflaquecido, con hemoptisis o con los primeros signos de una meningitis tuberculosa?.
Las tres actitudes diagnósticas habituales.-
Estas hipótesis que hago ahora están nutridas de dolorosa experiencia personal. Y por ello insisto en tomar muy en serio el síndrome de la febrícula, intentando abarcarlo en su conjunto, con un criterio comprensivo y elástico, y no con un esquema previo, limitado y rígido, como, por desgracia, suele ocurrir. Tengo observado, en efecto, que el médico, ante uno de estos casos, adopta una de las tres siguientes actitudes: o piensa ipso facto y por encima de toda exploración en un proceso tuberculoso; o se acoge a la hipótesis de una fiebre intestinal; o se cruza excépticamente de brazos, dando por todo diagnóstico y todo tratamiento un " eso no vale nada", que a veces cuesta carísimo al enfermo y al propio clínico.
Hábito y originalidad en clínica.-
Esta es la pauta, el comodín, de la práctica diaria. Pero hay que reaccionar continuamente contra esos comodines, verdaderas trampas que nos tiende a los médicos nuestro mayor enemigo, que es el hábito. Se ha dicho que el hombre es un animal de costumbre; pero es, precisamente, por la costumbre por lo que más se aleja de la excelencia humana, para acercarse a la animalidad. Lo contrario del hábito, de la costumbre, es la actitud original; y la originalidad si que separa al hombre de las bestias. Cuando se ejerce una profesión complicada, como la nuestra, llevamos dentro un lastre que nos empuja hacia el hábito, hacia la manera, hacia el oficio; y, a la vez, una fuerza interna y ascendente que nos eleva hacia la actitud intuitiva y original. Del predominio del oficio o de la originalidad depende, y sólo de esto, el valor intrínseco de un médico. El mismo bagaje científico, con ser tan importante, es secundario. Porque la mucha ciencia no nos libera, por si sola, de la esclavitud de la costumbre. Y todos hemos conocido médicos, ahítos de lectura, que, ante el enfermo, sacaban su plantilla para el diagnóstico y su plantilla para el tratamiento, sin adoptar jamás la actitud de espectador activo, de investigador ante un problema que hay que procurar siempre, ante cada paciente, por sencillo que nos parezca.
Puesto a elegir, yo, incluso preferiría un empírico original, a un científico ordenado. Como que la ciencia, al igual de aquellas serpientes de las fábulas, tiene, en realidad, dos modos de progresar: uno normal, de reptación lenta, gracias a la erudición y a los métodos; y otro, excepcional, por grandes vuelos súbitos, merced a las alas de la intuición. Y si la cantidad, el peso bruto del progreso, se debe a la labor metódica diaria, la calidad, el tono, lo da ese otro acento imprevisto y genial.
El problema, repito, puede trasladarse desde la elucubración científica pura a la modesta tarea de ver enfermos. Hagamos, pues, de cada dolor del prójimo un problema de biología y apliquemos a su solución la disección fría de nuestra erudición y de nuestras técnicas exploratorias; pero sazonándola con una visión peculiar e intuitivo de cada caso. Asi evitaremos caer en el peligro de la plantilla, del "truco", del amaneramiento, que nos da resuelto sin esfuerzo el problema diario, pero que nos embota pada las grandes explicaciones en el país de lo desconocido, que en Medicina es tan dilatado.
Acaso sea un poco atrevido este modo de pensar en un país, como el nuestro, donde el espíritu científico ha sido tan raro, precisamente por exceso del factor imaginativo sobre el factor experimental. Con todo, insisto en lo dicho. Un criterio análogo se desprende del libro de Mackenzie L' Avenir de la Mèdecine, edic.franc., de Francois. París 1922. Claro que es un libro que no se escribió para meridionales.
Y ahora, en esta actitud, volvamos a nuestras febrículas...” (14)
Y para terminar, una última reflexión de Marañón:
“De los beneficios que debo a aquellas de mis relaciones infantiles, ninguno puede compararse al ejemplo de aquel espectáculo de tolerancia tan leal, y ejercido por tan insignes maestros... Cuando con esa gravedad, inconsciente pero certera de los niños, buscaba yo la compañía de los grandes hombres que el destino me había deparado cerca de mí, no me daba cuenta de que este supremo gesto de tolerancia era la gran lección que aprendía de ellos”.
“El pecado de los médicos, de unos decenios a esta parte, es en efecto el profesionalismo, el haber abdicado de cuanto tenía nuestra misión de entrañable, de generosa —de sacerdotal, según la consabida frase hecha— para intentar convertirla en una profesión científica, esto es, exacta, como la del ingeniero, o la del arquitecto, o, en cierto modo, la del boticario; pero, además, en una pingüe profesión. El negocio resulta francamente malo para el médico”. (15)
BIBLIOGRAFIA:
1-P. Laín Entralgo, Gregorio Marañón. Vida, obra y persona, Espasa-Calpe, Madrid, 1969.
2- Marañón, M. Medina, Leyes penales de España conforme a los textos oficiales, Tello, Madrid, 3ª ed. 1893
3-P. Laín Entralgo, Gregorio Marañón. Vida, obra y persona, Espasa-Calpe, Madrid, 1969.
4-Gregorio Marañón. “Elogio y Nostalgia de Toledo”. Espasa Calpe, 1983
5-Pedro Pascual. Escritores y Editores en la Restauración Canovista. 1875-1923, volumen 2.
6- Antonio Orozco Acuaviva. “Historia de la Endocrinología Española”. Ediciones Díaz de Santos, S.A.; Edición: 1 (4 de junio de 1999).
7- Antonio Orozco Acuaviva. “Historia de la Endocrinología Española”. Ediciones Díaz de Santos, S.A.; Edición: 1 (4 de junio de 1999).
8- Marañón, “Veinticinco años de Medicina, 1934.
9-Nicolás caparrós. Revista Antropos, 1985, “España en Freud y Freud en España.
10- Románica Gandensia, XXXIII, DROZ S.A.,2006.-“Y no con el lenguaje preciso de la ciencia”. Dagmar Vandebosch .
11-Emilio Balaguer Perigüel., “MARAÑÓN Y LA MEDICINA EN ESPAÑA· ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura Vol. 189-759, enero-febrero 2013
12- Emilio Balaguer Perigüel., “MARAÑÓN Y LA MEDICINA EN ESPAÑA· ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura Vol. 189-759, enero-febrero 2013
13-Pedro Laín Entralgo. “Gregorio Marañón (1887-1960)”
14-Gregorio Marañón. “El problema de las febrículas”.
15-Gregorio Marañon. “Vocación y ética y otros ensayos”, cit. p. 105
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