La lepra puede que sea una de las enfermedades más antiguas de nuestro planeta y los escritos que existen sobre ella son incontables, escritos que hablan de plaga divina, mitos y leyendas, pero sobre todo con un transfondo religioso, basado en el miedo al castigo por los pecados mundanos. Todo esto tiene su fundamento en las creencias religiosas que emanan de la Biblia, donde no se consideraba una enfermedad sino un castigo divino, baste decir que cuando en ella se habla de Cristo y los milagros con leprosos, no se habla de que este cure sino que limpia, refiriéndose más a la purificación del alma con el perdón de los pecados que a lo que realmente era, es decir, una enfermedad infecciosa con graves repercusiones físicas y sociales. Es habitual en la Biblia el uso de la palabra mácula (mancha), hombre sin mácula, inmaculado, incluso refiriéndose a la Virgen: "la Inmaculada", que no ha tenido mancha, libre del estigma del pecado. Queda pues claro el concepto del castigo divino de enfermedades como la peste, la lepra, el cólera, etc.
Fue en 1874 cuando se supo que era una enfermedad infecciosa crónica producida por el bacilo “Mycobacterium leprae”, descubierto ese año por el médico noruego Gerard Armauer Hansen. En contra de lo que se creía es una enfermedad con una prevalencia de contagio muy escasa, con periodos de incubación muy largos, incluso de años, pero cuando los síntomas aparecen son extremadamente aparatosos, desagradables y destructivos. El contagio se produce a través de la saliva, pero en el receptor debe de haber predisposición genética para que este se contagie.
Principalmente se distingue entre dos tipos de lepra: la lepromatosa y la tuberculoide, esta última con menos carga bacilar. La primera, l màs grave,con una alta carga bacilar y escasa respuesta inmunológica, comienza de forma insidiosa con úlceras en la nariz y la frente, pérdida de cabello y formación de cicatrices hasta que la cara se vuelve irreconocible, ésta toma rasgos leoninos (facies leonina), con la nariz inflamada y los labios abotargados, lo cual hace imposible distinguir ni la edad ni el sexo de la persona. Internamente se destruyen las mucosas de la boca y la nariz, se pierden los dientes y la voz se vuelve ronca y nasal. La muerte de las células nerviosas produce un alto riesgo de lesiones por falta de sensibilidad y en su estado tardío también ataca órganos interiores y huesos, con atrofia muscular y parálisis con deformación progresiva y mutilaciones. Su tratamiento es a base de antibióticos, siendo altamente contagiosa y mortal. La putrefacción de los miembros suele ir acompañada de un hedor repugnante.
Por su parte, la lepra tuberculoide presenta síntomas limitados a la piel produciéndode decoloraciones en forma de manchas, además cursa con parálisis por un ataque precoz a los nervios, presentando manifestaciones neurales más graves que en los lepromatosos. En el complejo cutáneo-nervioso tuberculoide pueden encontrarse uno o más nódulos que se ubican sobre el camino que recorre el nervio afectado, que suele ser el cubital o el radial, produciendo neuritis que dejan mayores secuelas que en los lepromatosos y que pueden llegar a ser irreversibles. No obstante, en este caso de lepra, si que responde el sistema inmunitario que impide la reproducción de las bacterias y suele curar por si sola siendo su riesgo de contagio mucho menor que en la lepromatosa.(1)
Ahora voy a hacer un poco de historia sobre la lepra en la Edad Media, ya que es en la Europa del medioevo donde esta enfermedad cobra más importancia.
En los siglos XIV y XV la lepra asolaba países como Francia y Alemania y se culpaba por un lado a los caballeros, soldados y religiosos que llegaban infectados de las cruzadas y por otro, al gran flujo de peregrinos que llegaban de Compostela y de la España sarracena como el factor más importante para el recrudecimiento de la enfermedad en estos países. Ya por entonces la lepra era común en toda la Península Ibérica. Las peregrinaciones a Santiago de Compostela, durante siglos, trajeron leprosos de toda Europa, por ello en la ruta compostelana, a su paso por tierras castellanas y las zonas costeras, había leproserías en cada pueblo que atendían a una ingente cantidad de peregrinos afectados por la lepra.(2)
Después de la desaparición del Imperio Romano, el cristianismo dominó en un mundo altamente influenciable y débil que necesitaba desesperadamente algo en qué creer y sus gentes se sometían a las ideas cristianas de salvación bajo las amenazas de terribles plagas divinas y del fuego eterno, ideas que llegaron bajo el pesado yugo de la Biblia. No es descabellado, por tanto, decir que el concepto medieval sobre la lepra se basaba en los textos bíblicos y que como consecuencia de ello, la sociedad odiara y temiera a los leprosos, por lo que estos eran segregados y apartados de los asentamientos humanos, despojados de sus bienes, de sus derechos sociales y considerados muertos en vida. Con la Biblia y sus enseñanzas como fondo histórico, se desarrollaron la vida y la muerte de los leprosos medievales, convirtiendo su existencia en un calvario de horribles sufrimientos. Los preceptos religiosos concernientes a la enfermedad eran categóricos en cuanto al aislamiento y la segregación de los enfermos con lepra.
En el siglo XII había sido fundada en Jerusalén la Orden Hospitalaria de s.Lázaro, formada por devotos caballeros de las Cruzadas, muchos de ellos contagiados, que decidieron consagrar su vida al cuidado de los leprosos y que una vez desalojados de Tierra Santa se trasladaron a Europa donde continuaron con su labor haciéndose cargo de la administración de las leproserías por orden de Luis VII y la ayuda del papa Clemente VII, que obligó a todos los leprosos a recluirse en las leproserías de la Orden. Pronto el número de las llamadas Casas de s. Lázaro, creció en Europa, estimándose en 18.000 al final de la época medieval.(3)
San Lázaro es el patrono de los leprosos, pero al contrario de la creencia de que este Lázaro es aquél que Cristo resucitó, ya se explicaba hacia el 1500 de quien se trataba: "...porque hay dos san Lázaro: el que Cristo resucitó y el de la parábola del rico Epulón. Gafos que rogáis por vuestra curación, no os equivoquéis. Vuestro santo es el pobre Lázaro a quien el rico dejaba a su puerta sin limosna y cuyas úlceras lamían los perros. ¡Es el único que os salvará!".(4)
En estas casas de s. Lázaro, tras un juicio, se confinaba a los leprosos de por vida, despojándolos de sus bienes y derechos, declarándolos "muertos-vivos". A menudo se confinaba por error a enfermos que no padecían lepra, pero que presentaban síntomas parecidos, como afectados por la peste, sifilíticos o afectados de patologías dermatológicas como el vitíligo o la psoriasis. Incluso se decía que había muchos que dada la miseria en la que vivían, simulaban la enfermedad para tratar de entrar en las leproserías y acabar así apaciblemente sus días.
Por estas causas, se consideraba imprescindible conseguir un diagnóstico eficaz e inequívoco que evitara los errores anteriormente comentados. Citaré aquí la clínica de un leproso según el famoso maestre Ambrosio Paré, barbero-cirujano francés :
"Primeramente hemos encontrado el color de su cara terroso, pálido, lívido y lleno de manchas. Asimismo hemos estirado y arrancado algunos de sus cabellos y pelos de la barba y cejas, viendo que en la raíz del pelo quedaba pegada una porción de carne.
En las cejas y detrás de las orejas hemos encontrado pequeños tubérculos glandulares; la frente arrugada, la mirada fija e inmóvil, los ojos rojizos y brillantes, las narices anchas por fuera y estrechas por dentro, casi tapadas por pequeñas úlceras costrosas, la lengua hinchada y negra por encima y por debajo hemos encontrado granitos como los que se ven en los cochinillos roñosos, los dientes corroídos y descarnados y su aliento muy apestoso, tiene la voz ronca y habla con la nariz.
También lo hemos visto desnudo y hemos encontrado su piel granulienta y desigual como la de un ganso flaco y desplumado y, en algunos sitios, mucho sarpullido. Además lo hemos pinchado muy profundamente con una aguja en el tendón del talón, sin que apenas lo haya sentido.
Por estos signos tanto unívocos, como equívocos, decimos que el llamado X...es leproso confirmado, por lo cual se hará bien separándolo de la compañía de los sanos, ya que este mal es contagioso".(5)
Una vez era diagnosticado el enfermo y previo juicio, era condenado a confinamiento, la sentencia se leía por el párroco en el púlpito y todos los vecinos eran invitados a presenciar la ceremonia denominada “Separatio leprosum”en la que el enfermo era separado para siempre de sus hermanos. El párroco enviaba al enfermo, una vez bendecido, el triste uniforme, una especie de hábito llamado mantilla o esclavina, normalmente gris, que será ya su único vestido, el resto de los utensilios se le entregaban más adelante. Posteriormente se le llevaba en procesión desde su casa a la iglesia después de exhortarlo con agua bendita. En la iglesia preparada como para un entierro, se aislaba al enfermo de los suyos y con un lienzo cubriéndole el rostro como si fuera un muerto en su ataúd, oía la misa de rodillas. Una vez acabada esta se le conducía al cementerio donde se le introducía en una fosa recién excavada, el párroco le echaba de manera simbólica tres paladas de tierra sobre su cabeza tapada por el velo y lo exhortaba diciendo: “Hermano, has muerto para el mundo y naces para Dios”. Acto seguido era conducido en procesión a las afueras de la villa, a la leprosería, o si no hubiera leprosería, a unas pequeñas casitas habilitadas para estos enfermos dotadas de pozo y un pequeño jardín y una serie de enseres necesarios para la vida allí, eso sí, de material fácil de quemar el día de su muerte. Una vez allí el párroco le entregaba la capa, capucha, ceñidor, guantes, zurrón, barrilillo y la campanilla o tablillas. A la vez que se le entregaban estos objetos, el párroco le decía estas palabras: "No saldréis sin esta capa y estas tablillas que os señalarán como leproso. No hablaréis a vuestros semejantes y si tenéis necesidad de pedir alguna cosa, lo haréis agitando estas tablillas, a fin de que los ignorantes no conversen con vos".
Después, el nuevo solitario, con su mano sobre los Evangelios, jura resperar las prohibiciones y obedecer al director de la leprosería "en todas las cosas lícitas y honestas".
También, el enfermo se comprometía a no disponer de sus bienes, y cuando caminase por la ciudad, lo debería hacer por el centro de la calle, colocando su plato para pedir al lado contrario en el que él se sentase, evitando colocarse contra el viento cuando hablase con un hombre sano, para evitar que su aliento trasmitiese gérmenes insanos, no pudiendo caminar descalzo, ni rozarse con muros, árboles o puertas, si tuviera que pasar por un puente, no podía tocar las barandillas si no llevaba guantes.
Posteriormente se colocaba una cruz frente a la puerta y un cuenco para las limosnas de quien por allí pasara y simbólicamente se cerraba la puerta una vez entrado el leproso, un notario certificaba todo y desde entonces pasaba a ser un “muerto-vivo” que dejaba de existir en el mundo de los sanos, para entrar en una especie de Purgatorio donde debía mostrar un buen cumplimiento de las normas, así como el arrepentimiento de sus pecados para poder ascender a los cielos el día de su muerte física.(6)
Este humillante tratamiento provocó en el siglo XIV, en tiempos de Felipe V el Largo, que hubiera una revuelta de los leprosos que exigían volver a la vida civil y recuperar los derechos que les habían sido arrebatados, para lo que amenazaron con envenenar el agua de fuentes y manantiales, esto fue que aprovechado por el Rey para de reprimir la rebelión, quemando a unos, y torturando y aislando a otros. Por ejemplo en 1321, en el Languedoc (sureste de Francia), 600 leprosos fueron quemados en un solo día, entre millares que fueron asesinados.(7)
Los tratamientos que se recomendaban en la práctica médica medieval eran médicos y quirúrgicos. Entre los tratamientos quirúrgicos era muy habitual la aplicación de sanguijuelas, la cauterización, las sangrías y la flebotomía que consistía en el corte de grandes venas para limpiar el hígado y el bazo de la sangre impura del leproso. También se utilizaban baños de sangre humana. Otro tratamiento curioso se describía así: “Untarse la cara con la grasa que rezuma cuando se usan pollos alimentados con trigo cocido con serpientes”. Además eran habituales las cataplasmas con entrañas de serpiente cocidas, previamente azotadas mientras se rezan tres “miserere mei, Deus”. Por último, el maestre Ambrosio Paré recomendaba la castración.(8)
A finales del siglo XV la lepra disminuyó considerablemente en Europa y las teorías sobre esto son dispares, una de ellas habla de un aumento considerable de la población, que unido al hacinamiento en las ciudades y la falta de higiene, provocó que de nuevo la peste reapareciera en forma de pandemia, lo cual provocó que los enfermos de lepra, debido a su debilidad inmunológica, fallecieran en masa. Otra teoría es la aparición de la tuberculosis y su relación inversamente proporcional con la lepra. Esto se explica porque el bacilo tuberculoso, mucho más virulento y contagioso podría provocar cierta inmunidad contra el bacilo de Hansen y por lo tanto, podría haber provocado el efecto de vacuna en la población contra la lepra. Por último, la teoría del aislamiento parece ponerse más en duda, ya que había muchos afectados en periodo de incubación aún, sin manifestación sintomática, que vivieron durante años como un miembro más de la sociedad y que perfectamente podrían haber contagiado a otros convecinos.
Ya en el año 60 después de Cristo, se apuntaba al auge de la lepra en España, sobre todo en Andalucía y Asturias, los primeros por su trato con árabes y judíos y los segundos por los excesos en los consumos de carnes y pescados salados:
“La España en dictamen de algunos escritores antiguos y modernos, nacionales y extranjeros, ha sido un país de los más expuestos al terrible azote de la lepra. Sauvages afirma que no se ven en Francia más leprosos que los que van de España o América. Senerto , que en España y Africa son más frecuentes los elefantiácos que en ninguna otra parte. Fragoso que la España no puede libertarse sin que le quepa una buena parte de este contagio. El Doctor Casal coincide en lo mismo en su historia natural y médica del Principado de Asturias; y en fin, las memorias académicas de Sevilla aseguran, que en ella ha sido y es la lepra más conocida por razón de su trato y comunicación con los árabes y judíos, sin negar lo que puede influir la constitución de su clima. Y en efecto: su temperamento caliente y seco ha contribuido mucho, al parecer, para alojar tan miserable huésped, especialmente en el reino de Andalucía y Principado de Asturias. El uso del cerdo, y de otras carnes y pescados salados , tan comunes en la España antigua , habrá también podido ser causa de mantenerse en esta región más que en otra alguna; pues en dictamen de Ubilis, y de otros médicos, son estos alimentos fomentadores de la lepra”.(9)
En Asturias, una vez más, vemos la utilización por parte de la Iglesia de la lepra como amenaza en el dintel de la portada principal del Conventin de Valdedios (siglo IX), una inscripción que hace alusión a la lepra, con la siguiente leyenda: "Que este templo sea llamado San Salvador con tu propio nombre y aquí quisimos ofrecerte todos los dones con nuestras propias manos. Todo aquel que intentare temerariamente quebrantar mis ofrendas, desaparezca por completo; sea privado, oh Christo, de tu luz y tráguele vivo la tierra; la mendicidad y la lepra caigan sobre su descendencia”.
También en el siglo IX, anterior a la vuelta de las Cruzadas, en 1067 el Cid ya había ordenado construir un lazareto en Palencia, por lo que se confirma que la lepra ya estaba extendida en España, dondeposteriormente se construyeron numerosos lazaretos.
Una cédula del Rey Don Sancho IV, llamado el Bravo, expedida en Agosto de 1284, da a conocer el gran cuidado que mereció a los Monarcas de aquellos tiempos la propagación de la lepra en España, pues habiendo muerto su padre el Rey Don Alonso en 21 de Abril del mismo año, providenció lo que había dejado mandado: “Sépades que Pasqual Martinez, Mayoral de la casa de los malatos de San Lázaro de Sevilla, me mostró una carta del Rey Don Alonso mio padre, que Dios perdone, que mandaba que todos aquellos que fueron dañados de gafedad, que no consintiésedes que moren entre los homes sanos, porque se les podría ende seguirmuy gran mal. E yo, por el guardamiento de vosotros, é porque tengo que podria acaecer muy gran mal, túvelo por bien”(10)
En una crónica de la época se lee: “Por lo mismo nuestros Reyes católicos, por sus reales pragmáticas de 1477, 1491 y 1498, nombraron á los médicos y cirujanos alcaldes de todos los enfermos de lepra, para que providenciasen sobre su recogimiento y curación, apartándoles de la comunicación de las gentes so pena de diez mil maravedis á cada uno que contraviniere á sus órdenes”.(11)
Transcribiré aquí las descripciones que hizo sobre la lepra, el gran Gaspar Casal, insigne médico gerundense que trabajó en Oviedo desde 1717 a 1751:
“…Peor es la transmutación de cachexia en lepra verdadera, pues aunque no tiene tantas cenizas, ni pústulas exteriores como la bastarda, son más horrendos los síntomas con que aflige, y más disforme la figura de la cara de quienes la padecen. Mas abominable, que todas, me parece la lepra hedionda: es a saber, aquella que exhala un hedor leonino por declararlo más, un tufo especial sin semejante, pero tan ofensivo, que no hay valor, ni resistencia para tolerarlo. Desde la primera vez, que en esta Ciudad (Oviedo) llegué a percibirlo en un leproso, que vino à mi casa, me quedaron tan impresas las especies de él, que ya no necesito de ver semejantes leprosos para conocerlos, si solo de que llegue a mis narices su pestilente vapor. La piel de estos infelices es muy gruesa , untuosa, como que resuda grasa o aceite, rugosa, pero sin granos , ni postillas.(12)
La Primavera de el año de 1723 fui a la fuente termal de Priorio, que dista una legua de esta ciudad , con el R. P. M. Fr. Antonio Arias, Abad del Real Colegio de San Vicente de esta misma Ciudad de Oviedo y como antes de llegar a la cueva donde mana la agua, nos sentásemos un poco sobre una piedra, sentimos un hedor tan insufrible, que nos obligó a desamparar aquél sitio. Dijo, el Abad, aquí cerca han arrojado algún lobo o perro muerto, que despide esta hediondez, pero yo (conservando la pestilente especie de aquella casta de lepra) respondí : no hay animal podrido, si algún leproso, o leprosa dentro de la cueva y enviando a Bernardo García de San Pedro, Barbero del Colegio, que iba para asistir al Abad, encontró una leprosa en el baño, de tan insufrible exhalación , que una hora después de haber salido, y marchado, no pudimos desterrar el hedor, aunque para ello, quemamos muchas veces pólvora, y otras cosas...”(13)
Y continúa:
“…Si no hubiera visto, que con la lepra hedionda viven algunas personas, defendería con aquellos, que llaman principios innegables, y verdades patentes , que no podía el hombre, sin milagro, conservar a un tiempo mismo la forma de viviente y los accidentes propios de cadáver podrido. Que dirán los médicos enseñados a llamar putrefacciones, vapores pestilentes, miasmas venenosos, y efluvios malignos a los que, en comparación de estos, son estoraque, y ámbar?. Todas las especies de lepra son contagiosas, sin exceptuar aun aquella, que no pasa de sarna envejecida. También el mal de la rosa, se pega, y propaga de padres a hijos. No es incurable la lepra ordinaria, que debemos colocar en la clase de mala sarna; pues la cure muchas veces en viejos con específicos remedios, baños, y caldos de víboras. Pero si llegare al grado de satiriasis o elephancia, no tiene remedio alguno…”.(14)
En el valle de Fontilles, situado al norte de la Provincia de Alicante, se encuentra la última leprosería de Europa, la Colonia Sanatorio San Francisco de Borja. Esta leprosería fue fundada en 1909 por el jesuita Carlos Ferris y el abogado Joaquin Ballester. De uso privado, era subvencionada por donaciones de particulares y por parte de los pacientes, que para su ingreso se les solicitaba una aportación económica a excepción de los pobres de solemnidad, que no se les pedía nada.
Es importante destacar que esta Institución estaba regentada por los jesuitas, ayudados por las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada, que imponían un extricto y riguroso cumplimiento de las normas religiosas, incluyendo rosario, oración y misa diaria, en un régimen casi conventual, mientras que la atención médica era muy escasa, siendo atendidos los leprosos por un médico de los pueblos aledaños que acudía al sanatorio dos o tres veces por semana.
Los problemas no tardaron en llegar, por un lado el problema económico se convirtió en una constante y las deudas se iban acumulando año tras año redundando en una reducción en los servicios y en una merma en calidad y cantidad de las comidas. Todo esto provocó el descontento en los pacientes, unos que no aceptaban el régimen religioso tan estricto, otros por la comida y la mayoría se quejaban de la excasa atención médica, por lo que algunos decidieron irse del centro. Las protestas eran contínuas y de ello se hizo eco la prensa, y entre otros, el diario "El Pueblo" abría un artículo con el titular: "Sanatorio de Fontilles: Crueldad jesuítica".
En cuanto al tratamiento médico, en 1910, se comenzó a probar el nuevo fàrmaco descubierto por el Premio Nobel Paul Ehrlich, el Salvarsán denominado el "606", con el que se apreciaba ligera mejoría, que según los regidores del Centro no justificaba su uso debido a su alto coste, por lo que decidieron volver a la terapia habitual, es decir, el aceite de chaulmoogra inyectado con aceite alcanforado, optando así por los medios naturales, pero sobre todo los espirituales.
Hacia 1917 vagaban por la Provincia de Valencia numerosos leprosos, que malvivían en cuevas o escondidos en sus casas, por lo que la Inspeción General de Sanidad exige a Fontilles la incorporación de más afectados pero los jesuitas se niegan debido a que su situación económica era de año en año, cada vez peor.
La situación se hacía cada vez más insostenible y la precaria situación repercutía en los internos, que después de múltiples protestas, porvocan en 1922 una revuelta que termina con la fuga de un numeroso grupo de ellos, pero la guardia civil los localiza y los devuelve a Fontilles, donde los regidores del Centro los confinan, como si de presos se tratara.
En 1931 llega la segunda República y las protestas de cambio van en aumento en un ambiente de pésima organización, caos económico y de indisciplina absoluta y tras reiteradas peticiones de subvención estatal, el Gobierno republicano les insta, ya que son una entidad privada, a vivir de la caridad o a ser intervenidos.
En 1932 se precipitan los acontecimientos y por decreto se disuelve la Compañía de Jesús y los jesuitas son expulsados de Fontilles. La situación provoca una grave revuelta que hace intervenir al Estado para preservar el orden interno. Finalmente en verano de ese mismo año Fontilles pasa por decreto a pertenecer al Estado.
A mediados del siglo XX, tras los descubrimientos de Hansen, que concluye que la lepra es una enfermedad específica, no hereditaria, que se trasmite por contagio, unido al descubrimiento de la sulfona, bactericida usado primero en monoterapia y a partir de los ochenta, en asociación, se empieza a vislumbrar una esperanza plausible sobre al curación de la lepra, que hace desaparecer el concepto de incurable.
A partir de 1939, con Franco en el poder, se restituye la orden jesuítica y se les vuelve a ofrecer la administración de Fontilles, que tras algunas negociaciones, aceptan. El uso debería ser privado, aunque el Estado aportaría una subvención con la condición de incorporar al Centro un Instituto leprológico para la investigación de la enfermedad que sería de gestión estatal.
No tardaron de nuevo en surgir los problemas, esta vez por asuntos de competencia con el Instituto Leprológico. Asi las cosas, el Gobierno crea por decreto el Sanatorio Nacional de Trillo y la Colonia Insular de Canarias, suprimiendo el Instituto leprológico de Fontilles, trasladándolo a Trillo, ademàs se suprime la subvención estatal a Fontilles y se le concede a Trillo, convirtiéndose ésta en la leprosería principal del Estado.
A mediados del siglo XX, cambia radicalmente el concepto médico y social de la lepra, debido a las mejoras en la calidad de vida, el conocimiento sobre la enfermedad y los avances terapéuticos, por lo que cada vez se hace menos necesario el internamiento y comienza a implantarse el tratamiento ambulatorio. Se produce asímismo un gran salto en las ténicas quirúrgicas y fisioterapéuticas para la reducción y eliminación de las deformidades y la novedosa cirugía plástica para la práctica de trasplantes tendinosos.
Por todo esto, Fontilles y las demás leproserías deben reinventarse y adaptarse a los nuevos tiempos, así, por ejemplo, Fontilles incorpora como base para su supervivencia una clínica fisioterapéutica de rehabilitación. Y hasta la fecha fue diseñando nuevos planes de acción como la docencia y formación de especialistas en la lepra, formación de misioneros, cursos internacionales de leprología, aumento de colaboración en Asia, Africa y América, y incorporación de tratamientos de otras enfermedades marginales, todo ello con una colaboración internacional intensa que ha hecho del Centro una referencia en la lucha contra la lepra.(15)
Ahora os voy a hablar de dos famosas leproserías lejos de nuestras fronteras que constituyen la cara y la cruz de estas instituciones:
En 1850 una epidemia de lepra, comenzó a azotar Hawai y el Gobierno, alarmado por la rápida expansión de la enfermedad, decidió confinar a los leprosos en la isla denominada Molokai, donde se hacinaban cantidad de enfermos que malvivían sin ningún tipo de ayuda, ni sanitaria, ni espiritual y el caos reinante era total.
Josef Van Veuster, popularmente conocido por el Padre Damián de Molokai, nació en Lovaina (Bélgica) en enero de 1840. Desde muy joven sueña con acudir a las Misiones a ayudar a los màs desfavorecidos, por eso se desplaza a Hawai donde es ordenado sacerdote.
A comienzos de 1873, el arzobispo de Honolulú viaja a Molokai para comprobar por si mismo el caos que allí reinaba, vuelve horrorizado y urge la necesidad de enviar allí a alguien que ponga orden a aquel desastre. El Padre Damián no lo duda y se ofrece voluntario, por lo que con treinta y tres años, en mayo de ese mismo año, llega a Molokai donde se encuentra una isla devastada por el caos, la miseria, la hambruna y el horror de cientos de cuerpos descomponiéndose en vida, absolutamente abandonados a su suerte. En los años que estuvo allí la media de leprosos oscilaba entre 700 y 800 diarios, de los que fallecían una media de 150 al año. Se cuenta que él mismo enterró con sus propias manos unos 1600 hombres, mujeres y niños. El mismo cavaba sus fosas y fabricaba los ataúdes, ejercía ademàs de sacerdote, médico, enfermero, albañil, agricultor, etc. Trabajaba de sol a sol, sin descanso reformando completamente el lugar y tratando de llenar de dignidad y alegría las míseras vidas de aquella pobre gente.
"Primer destino del padre Damián: Puna, territorio vastísimo de la isla de Molokai. Después Kohala, región cssi tan grande como Bélgica entera, montañosa y sin vías de comunicación. A pie, a caballo, en barca canaca ligero tronco ahuecado, a nado, escalando... recorría horas y horas de intrincado camino por montes, breñas, torrenteras y selva, de caserío en caserío, bajo aquel cielo tropical. No faltó algún que otro naufragio serio, en aquel mar casi siempre alborotado. Nueve años de aventuras que podrían llenar espléndidos tomos"(16)
En 1884 Charles Warren Stoddard, filósofo, escritor y periodista, visita la isla para conocer desde dentro la labor del Padre Damián, cuya fama ya había transcendido en todo el mundo. A su llegada a Molokai, relata así su primera visión de los que allí vivían:
"...Ahora, por vez primera, me fijé en que todos ellos estaban desfigurados;que sus rostros estababan cauterizados y cicatrizados; que sus manos y sus pies estaban mutilados y a veces sangrantes; que sus ojos semejaban los de un animal medio salvaje; que sus bocas estaban deformadas y su aspecto general era a menudo repugnante".(17)
"...pero, ¡que sonrisas de los que nos acogían!. Que caras horribles las de cuyos músculos parecían haber olvidado sus funciones y tenían el aire de convertirlo todo en una burla!. Era como si ensayaran a sentirse totalmente inconscientes de la repugnancia que inspira su juego lúgubre y se hubieran revestido del manto de "El hombre que ríe" de Victor Hugo. Siempre respondían sonriendo, como niños: su sonrisa era inocente y amable, pero tenía una expresión que era satírica y a veces casi diabólica; los rostros hinchados, donde la carne estaba nudosa y con ampollas, se volvían mil veces más horribles mientras sonreían y sus rasgos expresaban el aspecto de una angustia permanente que no olvidará jamás quien la haya visto”.(18)
Una vez dentro de los edificios continúa relatando:
“Cuando atravesábamos una de las salas, encontramos un montón de humanidad acurrucada en un lecho y recubierta enteramente con una manta de lana roja. Alguien levantó esta manta y mostró una figura consumida; no se abrían ya nunca sus ojos, los párpados, que se habrían tomado por membranas espesas, se movían débilmente, la carne de un brazo que reposaba sobre el pecho había desaparecido desgarrada; se diría que había sido devorada por las ratas, pero no lo eran más que por los dientes asesinos del destructor que le había atacado con la enfermedad”.(19)
Pocos días después describió la agonía de un niño, a pesar de que el Padre Damián le había advertido que no debía ver aquello:
“…Se levantó una esquina de la manta: un objeto que respiraba reposaba debajo; una cara, una cara humana, se volvió lentamente hacia nosotros, una cara en la que apenas quedaba algo de humano. La piel sombría estaba abotargada y negra; una especie de espuma, o moho gomoso y brillante, la cubría; los músculos de la boca, que se habían contraído, dejaba totalmente al aire los dientes en una mueca; la lengua inflada parecía como un higo entre ella; los párpados tensos replegados hacia atrás, dejaban ver la superficie interior, y los ojos saltones, ya sin forma y rotos, no diferían de los granos de uva que han estallado. Era un niño leproso, que durante estos pocos días, había adquirido esta cara horrible: ciertamente la tumba no ha visto nada más espantoso que esto”.(20)
También relató la llegada de nuevos leprosos a la isla:
“…Llegaban nuevos leprosos y eran acogidos con lágrimas de simpatía al llegar a su nueva morada. La escena era tan patética como para superar cualquier descripción, y si no hubiera sido evidente que los exiliados se encuentran tan bien y tan felices, en el correr de los días en Molokai, como no pueden estarlo en cualquier otro lugar que haya en el mundo, la naturaleza se revolvería ante ese espectáculo. Essin duda lo mejor que se puede hacer en tales circunstancias y se toma de la mejor manera posible…”(21)
En 1879 comienzan a aparecer los primeros síntomas, que combatía con sublimado corrosivo, y ya entre 1881 y 1884 se recrudece su sintomatología, el padre Damián tenía lepra. Es en octubre de 1885 cuando, en una carta, da a conocer al mundo que padece la enfermedad:
“Desde el mes de marzo último, mi compañero el Padre Alberto ha dejado Molokai y el archipiélago, para volver a Tahití y a las Puamotu. Soy ahora el único sacerdote en Molokai y parece que yo mismo estoy alcanzado por esta terrible plaga... Me es imposible volver a Honolulu, a causa de la lepra que se manifiesta en mí. Estos microbios se han alojado definitivamente en mi pierna izquierda y en mi oreja, y una ceja comienza a caerse. Es de esperar que mi rostro esté pronto desfigurado. No teniendo yo mismo duda alguna sobre el verdadero diagnóstico de mi mal, me siento tranquilo, resignado y más feliz entre mi pueblo. El Dios Todopoderoso sabe qué es lo mejor para mi propia santificación, y con esta convicción digo cada día un buen: hágase tu voluntad”.(22)
Continuó trabajando sin descanso a pesar de la enfermedad que lo iba consumiendo lentamente. Seis años de sufrimiento , mezclados con la alegría de servir a los llamados "héroes de Molokai", hasta que en abril de 1889 falleciera a la edad de 49 años.
Culión es una isla en el conjunto de las islas Calamianes, situada en el mar de China, en el archipiélago de Filipinas. Esta isla, llamada también "la isla de los muertos vivientes", perteneció, junto a todo el archipiélago filipino, a España, hasta que en 1898 fué anexionada por Estados Unidos.
Ya en el siglo XVIII habían llegado al archipièlago misioneros españoles, los cuales narraban que los indígenas ya padecían la lepra y que entre los rituales de curación enterraban a los enfermos hasta el cuello en profundos hoyos cubiertos de hojas en su interior o los ponían a remojo entre intestinos de vacas.
Cuando llegaron los americanos se estimaba que por todo el archipiélago deambulaban uno 4.000 leprosos, por lo que los americanos decidieron confinarlos en la isla de Culión, siguiendo la referencia de Molokai. Es en 1906 cuando comienzan a llegar a la isla los primeros leprosos. El lugar elegido fue un fuerte abandonado en lo alto de la isla, que fue rodeado por altas vallas electrificadas que los separaban de los habitantes sanos de la isla, pareciéndose más a una cárcel que a un lugar de reposo y donde las condiciones de vida eran de un inhumano e insalubre hacinamiento.
La isla quedó dividida en dos, en una parte los habitantes sanos que allí vivían y en la otra los leprosos separados por estrictos puestos de control que impedían que saliera ni entrara nadie. Estos puestos aún continúan allí como testimonio de lo que allí ocurrió. La llegada de enfermos era incesante, una auténtica locura, tanto que hacia los años veinte se llegaron a congregar allí más de 16.000 leprosos, convirtiéndose en la mayor leprosería del mundo, tal es así, que incluso se fabricó moneda para su uso exclusivo. Las monedas, que eran de aluminio, se comenzaron a fabricar a partir de 1913 y con ello se pretendía evitar el contacto comercial con la población sana y que el aislamiento fuera total.
En 1988 Culión fue declarada libre de lepra y en 1992 se constituyó como Municipio, ya que hasta entonces se la consideraba isla sanatorio dependiente del Ministerio de Sanidad y en 1998 fué declarada libre de lepra.
Os dejare aquí unos párrafos de la novela de Buenaventura Rodríguez que narra la historia de dos amantes separados por las autoridades, ya que el hombre, afectado de lepra, fue deportado a Culión:
"¡Que triste es el vivir del leproso! ¿Quién no se ha estremecido de compasión al oír la relación del aislamiento en que se ve un leproso? La lepra tiene la más dolorosa de las maldiciones; la maldición del contagio; de ese contagio que forma alrededor del enfermo un vacío, sólo comparable con el vacío que rodea á un cadáver en una tumba olvidada…
El hombre se aleja del criminal porque su amistad le avergüenza; se aleja del muerto por miedo; pero sólo por asco se aleja del leproso”.
Hoy la isla ha cambiado totalmente su aspecto, la leprosería es un moderno hospital y lo que en su día, fueron “reclusos leprosos” y aún viven, están todos curados, la mayoría han regresado a sus lugares de origen, y otros se han quedado en la isla en completa libertad.
A mediados del siglo XX se estimaba que en España había entre 5.000 y 7.000 leprosos.
En 1947 se construye en España el Patronato del Niño Jesús en la localidad de Fuencarral. Esta Institución fue un referente en Europa en donde se cuidaba y educaba a los hijos de los leprosos, que eran repudiados por la sociedad, rechazados en los colegios y condenados a vivir con el estigma del llamado "mal bíblico".
También en los años cuarenta del siglo XX se realizó el desarrollo de la dapsona (diamino-difenil sulfona), antibiótico incluido en la lista de medicamentos esenciales de la OMS , fármaco con el que se consiguió frenar la enfermedad, pero tenía el inconveniente de que había que tomarlo durante años y eso dificultaba su cumplimiento y pronto la enfermedad comenzó a presentar resistencias al fármaco. En los sesenta del mismo siglo se desarrollaron la rifampicina y la clofazimina, aunque no es hasta los ochenta de ese mismo siglo cuando se recomienda la asociación de estos dos antibióticos con la sulfona , asociación con la que se consiguió eliminar el bacilo y por ende la curación de esta terrible enfermedad.
Gracias a los avances en el conocimiento de la enfermedad y sobre todo al avance terapéutico, en el siglo XXI la incidencia de la enfermedad en el mundo se ha reducido considerablemente. En España se estima que aparecen entre 10 y 20 casos anuales. No obstante, en unos cien países del mundo debido a la ignorancia, la pobreza y las condiciones de insalubridad, y a pesar de que la OMS les suministra la medicación gratuitamente, todavía la lepra alcanza cifras muy altas, calculándose la aparición de unos 200.000 casos al año, destacando la India con el 58% de los mismos,ndistribuyéndose el resto por otros paises de Asia, Africa y América, y apuntar que 10 de cada 100 afectados son niños.
BIBIOGRAFIA:
1-Lepra. Clasificación y cuadro clínico. Edoardo Torres Guerrero, et al.
2-El diario de la Medicina. André Soubirán y Jean de Kearney. Pag.106
3-El diario de la Medicina. André Soubirán y Jean de Kearney. Pags.109.
4-El diario de la Medicina. André Soubirán y Jean de Kearney. Pag.107.
5-El diario de la Medicina. André Soubirán y Jean de Kearney. Pag.189.
6-El diario de la Medicina. André Soubirán y Jean de Kearney. Pags.108 y 109.
7-El diario de la Medicina. André Soubirán y Jean de Kearney. Pag.106.
8-El diario de la Medicina. André Soubirán y Jean de Kearney. pag.189
9-Epidemiología Española e Historia cronológica de las pestes, contagios, epidemias y epizootias. Joaquin de Villalba. Pag.15.
10-Epidemiología Española e Historia cronológica de las pestes, contagios, epidemias y epizootias. Joaquin de Villalba.pag.37.
11- Epidemiología Española e Historia cronológica de las pestes, contagios, epidemias y epizootias. Joaquin de Villalba.pag.24
12-Historia Natural y Médica de el Principado de Asturias. Gaspar Casal. Pag. 125
13- Historia Natural y Médica de el Principado de Asturias. Gaspar Casal. Pag. 126
14- Historia Natural y Médica de el Principado de Asturias. Gaspar Casal. Pag. 127
15-Cuidados y Consuelos. Cien años de Fontilles (1909-2009). Vicent. E. Comes Iglesia.
16-Biografía de San Damián de Molokai. Http://webcatólicodejavier.org/Damianbio.html
17-Damián. Testimonio de Charles W. Stoddard. Pág.9
18-Damián. Testimonio de Charles W. Stoddard. Pág. 10
19-Damián. Testimonio de Charles W. Stoddard. Pág.10
20-Damián. Testimonio de Charles W. Stoddard. Pág.21
21-Damián. Testimonio de Charles W. Stoddard. Pág.23
22-Damián. Testimonio de Charles W. Stoddard. Pág.25
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